A don Alberto Zum Felde, París, 29 abril de 1929. Preservada en el Departamento de Investigaciones y Archivo Literario de la Biblioteca Nacional de Uruguay.


París, 29 abril de 1929

Señor don Alberto Zum Felde
Montevideo

Mi apreciado compatriota y amigo:

Poco se me escribe de esa mi tierra, bien que yo escriba, y si aparece alguna publicación a mi respecto, esto es, de mis cominos y anhelos, con ser todos patrios, no se me hace llegar, y esto me da la sensación de que se me tiene por muerto, o algo así. Yo recibí, por una tercera persona aquí su bello artículo acerca de mis poemas. En él se prometía decir algo más a fondo, apenas llegara mi libro a su mano. Este debe de haber llegado hace ya tiempo, y no sé si dicha promesa fué cumplida o no.

Además, le escribí; y ahora quiero hablarle respecto de ese nativismo que empieza a aletear en toda la América del Sur, con golpes de ala más o menos vigorosos, más o menos tímidos; más o menos perezosos.

Claro que lo que debe entenderse por nativismo no es ni puede ser exclusivamente el canto de fogón, sobre cualquier tema que sea, aunque sea sobre el rancho, la pulpería o la propia tapera. Lo que debiera entenderse por nativismo es el latido de una nueva conciencia, formada con los elementos que pudieron acumular y asimilar aquellos pueblos, dadas sus peculiaridas y predilecciones. Ahí cabe todo, y el caso es ponerlo en valor, para que alcance su mayor grado de eficiencia.

Como lo habrá visto Vd., yo trato, por mi parte, de expresar a nombre de nuestra América, y particularmente del Río de la Plata, la idea que tenemos del mundo, de la sociedad, del hombre, de la civilización, etc. Hay un concepto nuevo y estimulante en esa idea de que todos y todo forma parte integrante, consciente y por lo propio responsable en el Cosmos, esto es, en el infinito y en la eternidad. Esta manera de considerar, por lo propio que conceptúa a toda entidad natural autónoma, y aun autóctona, con derecho propio, asume una forma tónica, de dignidad, que excluye el vasallaje depresivo.

Ante el pensar corriente de que la poesía es otra cosa que el sugerir ideas de conciencia en vigilia, y que solo debe apuntar, si acaso, dentro de un hermetismo torturador, hasta puede discutirse de si se trata de simple prosa en mis poemas, con la pretensión de versos, o si invado campos vedados a dicha rama mental. Yo tomo con cierta irreverencia estas reglas, convencido segun estoy de que, justamente, el ceñirse demasiado a ellas es lo que mantiene tan trabada la mentalidad mundial, que, hasta las propias filas anárquicas, dejan ver el reato. No hay reglas ni limitaciones para expresar lo que se piensa y siente, puesto que esa entidad humana que piensa y siente es una desconocida, y, a lo mejor, cuando parece decir disparates o cometer irreverencias, es cuando más cuerda y reverente se manifiesta. Antes de reglamentar, preciso es conocer; por lo menos. Por ahora, lo juicioso es examinar, para aquilatar.

Ojalá fuesen muchos los que se detienen a examinar estos asuntos, y se deciden a expresar con sinceridad sus conclusiones! A mi ver es la regla, la que, como un cartabón que no siempre condice con las modalidades humanas, todas, reprime los intentos que no se hallen muy sostenidos por la audacia; y eso es malo, como todo lo que limita el conocimiento: es lo que ha dado como resultado esta eclosión de tentativas libertarias que caracteriza a la actualidad.

El fárrago de escuelas y tentativas actuales se funda en ese criterio. Lo que impide ver las floraciones y frutos de tal emancipación es que ésta no se halla realmente consumada, sino que antes de su madurez se muestra rebelde. Es lo que vemos en la mayoría de los casos. Procede en contra de la regla estatuida en la inteligencia de que esa es prueba de independencia, cuando solo es rebeldía. La independencia consiste en proceder de acuerdo con una conciencia autónoma, libre, y no tan solo en oposición, puesto que tal actitud solo nos demuestra la posibilidad de proceder de una manera distinta que la habitual. El caso es sustituir una conciencia viciosa, fósil, o deficiente por otra más apta a llenar su función puesto que, como quiera que sea es preciso llenarla, y llenarla lo mejor que sea posible, que lo será, a mi ver, cuanto más orgánica ella sea y más capaz de resistir a las compulsas objetivas. Solo así puede ser fructuosa.

Claro que en esto, como en todas las cosas, no hay modo cabal de separar con radicalismo, para clasificar. Son todas gradaciones las que se manifiestan en cualquier campo, cualquiera sea su matiz, y dentro de él también se puede graduar. Así, por ejemplo, es nativismo una vidalita campera cuanto un canto al sol, si hay en una y otra cosa una expresión del alma de América, una modalidad regional; y si se quiere entrar a apreciar su mérito no cabe más que graduar su enjundia, esto es, su eficiencia.

Cuanto a la originalidad, suele pensarse que es un procedimiento, cuando es, sencillamente, una manera personal de considerar las cosas, o sea, una conciencia particular, más o menos propia, y más o menos cimentada. Lo otro es remedo o afectación, y de este error-confusión nacen los conatos de la bizarría y la extravagancia expendidos a título de originalidad. Por ser conciencia la originalidad, es que procede casi siempre por medios simples (Carlitos Chaplin, verbigracia) entanto que lo otro demanda complicaciones tendenciosas y atribuladas.

A veces, por debajo de tecnicismos novedosos se pueden ver los conceptos más rancios; y ¿cómo podría confundirse tal cosa con la originalidad? Es justamente lo contrario, más bien, puesto que ella es cuestión de concepto, de conciencia, repito. Otras veces se advierte en envoltorio “fauve” una sensiblería añeja, con su correspondiente cofia. Hay aun, como viejo prurito, cierta debilidad en compadecer más a un malvado, a un nocivo en desgracia que a un probo laborioso, lo cual no condice con los dictados modernos, vale decir, científicos. A propósito de un político al cual se le había reprochado un delito, sus partidarios decían que aquello era una “falta de juventud”. Me sorprendió leer en un diario, de esta ciudad vieja, una apreciación tan juvenil como esta. Un personaje va a Guayana, visita a los penados, y estos se esmeran en demostrarle su inocencia. Todos quieren pasar por querubines. Él los escucha, y les dice: Vdes equivocan el camino, mis amigos. Felices Vdes que pueden esperar. A los que debemos compadecer es a los inocentes infelices que andan por allá, de los cuales nadie se ocupa; y son millones. Bienaventurados Vdes que son criminales, y que pueden así esperarlo todo.

Esto me hizo suma gracia, pues hay una ironía deliciosa en ese aspecto inopinado de encaramiento de las cuitas humanas y sociales, Tan cierto es que se están codeando los buenos y malos, como las cosas malas y buenas.

América haría el papel más deslucido que pueda darse si siguiera a la zaga del Viejo Mundo, lo propio que si quisiera substraerse a sus enseñanzas. Lo arduo es excogitar por propia cuenta, para saber por dónde se ofrece la senda más auspiciosa. Ese es el problema, por manera que todo lo que nos esmeremos en descubrir las nociones más adecuadas a la prosperidad americana, representa nuestra cuota de cordura, y todo lo que atinemos a adoptar como mejor, si lo es, representa nuestra sesudez.

Esperemos que sea eficaz nuestra gestión continental, y entonces sí que se tratará de un nuevo mundo y de un gran propulsor en la economía mundial.

Le ruego quiera enviarme todo lo que publique sobre estos asuntos, y le estrecho la mano con afecto cierto:

                                             Pedro Figari



Le incluyo un prospecto del Libro libre sobre mi volumen publicado.