I. Pedro Figari en hipertexto

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-{{:figari:anexos:les_revues_en_le_temps_15_september_1927.pdf|Les Revues/Les livres}}, Le Temps, 15 September 1927, p. 3 +{{:figari:anexos:les_revues_en_le_temps_15_september_1927.pdf|Les Revues/Les Livres}}, Le Temps, 15 September 1927, p. 3 
  
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 Por haberse permitido criticar //Los misterios bufos// de Maiakovsky,  el Sr. A. Livinsson fue obligado a abandonar en el acto  //Vie de l’art// [La vida del arte], bajo la inculpación de “minar las bases del poder soviético y comprometer la producción revolucionaria”.  Por otra parte, toda obra que no sea decididamente bolchevique es denunciada en seguida como subversiva por parte de la crítica, la cual en el régimen soviético depende de la Seguridad General y del Ministerio Fiscal. Como el Sr. Aichenwald, en su libro Poetas y Poetisas, había osado deshojar algunas flores sobre las tumbas de Fet y Toutchef, el Sr. Sosnovsky, miembro todopoderoso del comité central, escribió en //Pravda//: “Dictadura proletaria, ¿dónde está tu látigo? Debemos lapidar a los escritores con orejas de asno de la reacción, que se permiten practicar el arte por el arte”.  Por haberse permitido criticar //Los misterios bufos// de Maiakovsky,  el Sr. A. Livinsson fue obligado a abandonar en el acto  //Vie de l’art// [La vida del arte], bajo la inculpación de “minar las bases del poder soviético y comprometer la producción revolucionaria”.  Por otra parte, toda obra que no sea decididamente bolchevique es denunciada en seguida como subversiva por parte de la crítica, la cual en el régimen soviético depende de la Seguridad General y del Ministerio Fiscal. Como el Sr. Aichenwald, en su libro Poetas y Poetisas, había osado deshojar algunas flores sobre las tumbas de Fet y Toutchef, el Sr. Sosnovsky, miembro todopoderoso del comité central, escribió en //Pravda//: “Dictadura proletaria, ¿dónde está tu látigo? Debemos lapidar a los escritores con orejas de asno de la reacción, que se permiten practicar el arte por el arte”. 
  
-El resultado de todo esto es la pululación de escuelas y pléyades disputándose el monopolio de la estética comunista: los “presentistas”, los “construccionistas”, los “centristas”, los “bespredmetniki”, negadores de loe temas literarios, los “nitchevoki”, que proclaman simplemente la abolición de toda poesía, y un poco por encima de estos histéricos, los “napostovtzy”, que se agotan en dar ritmo a los versículos de Carlos Marx, el grupo de la “Kouznitza”, que es la “fragua” poética del bolchevismo, los “imagistas” y los “futuristas”. Esto ha hecho decir a un humorista rojo: “En lugar de la poesía de las fábricas, tenemos fábricas de poesía”. Al principio, fue el grupo futurista el que, a los ojos de los soviéticos, pareció realizar mejor las aspiraciones del comunismo artístico, ya que el futurismo fue, en el dominio literario, una especie de bolchevismo anticipado. Sin embargo, se produjo una reacción contra este movimiento, ejecutada por el Sr. Trotsky en una serie de artículos de gran repercusión donde calificó al futurismo como “producto de la burguesía en el ocaso de su carrera” y a los futuristas como “bohemia artística extraviada en la revolución”. +El resultado de todo esto es la pululación de escuelas y pléyades disputándose el monopolio de la estética comunista: los “presentistas”, los “construccionistas”, los “centristas”, los “bespredmetniki”, negadores de los temas literarios, los “nitchevoki”, que proclaman simplemente la abolición de toda poesía, y un poco por encima de estos histéricos, los “napostovtzy”, que se agotan en dar ritmo a los versículos de Carlos Marx, el grupo de la “Kouznitza”, que es la “fragua” poética del bolchevismo, los “imagistas” y los “futuristas”. Esto ha hecho decir a un humorista rojo: “En lugar de la poesía de las fábricas, tenemos fábricas de poesía”. Al principio, fue el grupo futurista el que, a los ojos de los soviéticos, pareció realizar mejor las aspiraciones del comunismo artístico, ya que el futurismo fue, en el dominio literario, una especie de bolchevismo anticipado. Sin embargo, se produjo una reacción contra este movimiento, ejecutada por el Sr. Trotsky en una serie de artículos de gran repercusión donde calificó al futurismo como “producto de la burguesía en el ocaso de su carrera” y a los futuristas como “bohemia artística extraviada en la revolución”. 
  
 Si se quiere un ejemplo de esta poesía proletaria, he aquí un poema de Maiakovski, la gloria de la escuela futurista rusa: Si se quiere un ejemplo de esta poesía proletaria, he aquí un poema de Maiakovski, la gloria de la escuela futurista rusa:
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-Isidoro Ducasse, que tomó el nombre de conde de Lautrèamont, es el héroe  de la escuela surrealista, a la que hace un tiempo Philippe Soupault pertenecía, antes de ser excomulgado por Louis Aragon y por André Breton, su antiguo colaborador en los //Campos magnéticos//. “Nos reuniremos en //escisión// ordinaria”, decía Gérault-Richard, pero solo se trataba de un congreso socialista. Las escisiones, diatribas y anatemas ofrecen a las escuelas literarias un excelente medio para recordarle al público su existencia, incluso de revelársela. ¡Cuántas personas que ignoraban al surrealismo supieron que ese grupo había pisoteado el cadáver todavía tibio de Anatole France, en un hecho muy innoble, y que Louis Aragón, quien no carece empero de talento, había arrojado, desde el tercer piso de las galerías del teatro Sarah Bernhardt, una noche dedicada al ballet ruso, torrentes de interjecciones insultantes sobre los oscuros blasfemadores! Hasta ahora la excomunión de Philippe Soupalt ha causado menos ruido y la víctima goza de buena salud. Por otra parte me fue imposible comprender cual apostasía había cometido Soupault publicando esta edición. Quizá no tenga yo la fibra surrealista. Tan poco de ella tango que, habiendo leído hace alrededor de un cuarto de siglo los //Cantos de Maldoror// y habiéndolos releído en estos días, nunca creí y todavía sigo sin creer en el genio de este Lautrèamont, que solo parece capaz de entusiasmar (o de indignar) a lectores muy jóvenes y solo interesar seriamente a los psiquiatras.+Isidoro Ducasse, que tomó el nombre de conde de Lautrèamont, es el héroe  de la escuela surrealista, a la que hace un tiempo Philippe Soupault pertenecía, antes de ser excomulgado por Louis Aragon y por André Breton, su antiguo colaborador en los //Campos magnéticos//. “Nos reuniremos en //escisión// ordinaria”, decía Gérault-Richard, pero solo se trataba de un congreso socialista. Las escisiones, diatribas y anatemas ofrecen a las escuelas literarias un excelente medio para recordarle al público su existencia, incluso de revelársela. ¡Cuántas personas que ignoraban al surrealismo supieron que ese grupo había pisoteado el cadáver todavía tibio de Anatole France, en un hecho muy innoble, y que Louis Aragón, quien no carece empero de talento, había arrojado, desde el tercer piso de las galerías del teatro Sarah Bernhardt, una noche dedicada al ballet ruso, torrentes de interjecciones insultantes sobre los oscuros blasfemadores! Hasta ahora la excomunión de Philippe Soupalt ha causado menos ruido y la víctima goza de buena salud. Por otra parte me fue imposible comprender cual apostasía había cometido Soupault publicando esta edición. Quizá no tenga yo la fibra surrealista. Tan poco de ella tengo que, habiendo leído hace alrededor de un cuarto de siglo los //Cantos de Maldoror// y habiéndolos releído en estos días, nunca creí y todavía sigo sin creer en el genio de este Lautrèamont, que solo parece capaz de entusiasmar (o de indignar) a lectores muy jóvenes y solo interesar seriamente a los psiquiatras.
  
 Había nacido, bajo el nombre más simple de Isidoro Ducasse, en 1846 en Montevideo, donde su padre, originario de Tarbes, era canciller del Consulado de Francia. Su madre también era de nacionalidad francesa. Ningún mestizaje explica, por tanto, sus extravagancias. Ducasse padre, dado a los placeres, poseía una considerable fortuna, que despilfarró. Se equivocó, pero nada indica que haya maltratado especialmente a su hijo, a pesar de la severa condena que Philippe Soupault le endilga por ello. Ya se sabe que los padres siempre se portan de una manera abominable con los hijos que nacieron marcados por una señal, y sabemos por el autor de //Las flores del mal// que, al nacer un poeta, su madre lo maldice. Nada se dice de la madre de Isidoro Ducasse, que quizá no tuviera el don de ver más allá y no adivinó el futuro del chiquilín mientras le cambiaba los pañales. Su padre lo hizo educar por los jesuitas españoles, de los que Isidoro guardó un mal recuerdo, pero quizá no tenía una gran posibilidad de elección de establecimientos de enseñanza secundaria en el Montevideo de esa época. Luego, habiendo el muchacho mostrado aptitudes para las matemáticas, el señor Ducasse lo envió a París, para prepararse en la Escuela Politécnica, donde no ingresó, y lo dejó vivir a su antojo en la capital, dándole bastante dinero, de manera que pudiera contribuir a los gastos de imprenta de sus primeros ensayos. Isidoro vivía como estudiante, o aspirante a escritor, en hoteles amoblados y sin lujo, pero no parece haber pasado miseria. Según Philippe Soupault habría desembarcado en Francia en 1867, con veintiún años: para la Politécnica era un poco tarde. Pero se encontraron sus partidas de nacimiento y de defunción. Murió en París, en el suburbio de Montmartre, con veinticuatro años, el 24 de noviembre de 1870. Había nacido, bajo el nombre más simple de Isidoro Ducasse, en 1846 en Montevideo, donde su padre, originario de Tarbes, era canciller del Consulado de Francia. Su madre también era de nacionalidad francesa. Ningún mestizaje explica, por tanto, sus extravagancias. Ducasse padre, dado a los placeres, poseía una considerable fortuna, que despilfarró. Se equivocó, pero nada indica que haya maltratado especialmente a su hijo, a pesar de la severa condena que Philippe Soupault le endilga por ello. Ya se sabe que los padres siempre se portan de una manera abominable con los hijos que nacieron marcados por una señal, y sabemos por el autor de //Las flores del mal// que, al nacer un poeta, su madre lo maldice. Nada se dice de la madre de Isidoro Ducasse, que quizá no tuviera el don de ver más allá y no adivinó el futuro del chiquilín mientras le cambiaba los pañales. Su padre lo hizo educar por los jesuitas españoles, de los que Isidoro guardó un mal recuerdo, pero quizá no tenía una gran posibilidad de elección de establecimientos de enseñanza secundaria en el Montevideo de esa época. Luego, habiendo el muchacho mostrado aptitudes para las matemáticas, el señor Ducasse lo envió a París, para prepararse en la Escuela Politécnica, donde no ingresó, y lo dejó vivir a su antojo en la capital, dándole bastante dinero, de manera que pudiera contribuir a los gastos de imprenta de sus primeros ensayos. Isidoro vivía como estudiante, o aspirante a escritor, en hoteles amoblados y sin lujo, pero no parece haber pasado miseria. Según Philippe Soupault habría desembarcado en Francia en 1867, con veintiún años: para la Politécnica era un poco tarde. Pero se encontraron sus partidas de nacimiento y de defunción. Murió en París, en el suburbio de Montmartre, con veinticuatro años, el 24 de noviembre de 1870.