I. Pedro Figari en hipertexto

¡Esta es una revisión vieja del documento!


Conflictos de defensa, en La Revista, año I, n° 4, Montevideo, 5 de octubre de 1899, pp. 120-122.

CONFLICTOS DE DEFENSA

En el proceso de Rennes M. Labori iba à encarar la defensa de una manera franca, resuelta y enérgica, y tuvo que callar. A M. Demange se le censura por haber dejado una puerta de escape á los acusadores de Dreyfus, lo mismo que por haber intentado conmover el sentimiento de los jueces. A esto se llama hacer concesiones, por más que era ese el único recurso, bien efímero, bien precario,—es cierto,—pero al fin, el único que se ofrecía al éxito de la causa.

Es siempre árdua la defensa ante un tribunal prevenido.

No hay justicia desde el instante en que los magistrados faltan á la imparcialidad, que es su primordial deber. Por eso quedó proscripta de la sala del Liceo donde se juzgaba á Dreyfus.—Y si advertimos que con el ojo avezado del maitre de barreau se palpan las parcialidades del tribunal, como palpa el clínico un tumor externo, se concebirá cuan angustiosa fué la situación de aquellos defensores que tenían tanta le en su causa.

Joven, ardiente, impetuoso, M. Labori quiso estrechar lo mismo á los jueces que á los acusadores, poniéndoles crudamente, sin ambajes, cara á cara con sus conciencias y con su enorme responsabilidad moral. Esto abogado, es de la complexión de esos gladiadores que cuando entran en pelea, por más desiguales que sean las fuerzas, luchan y mientras que luchan azuzan á los adversarios, basta que caen despedazados. Sublevado por la terquedad implacable de aquellos hombres, henchido de entusiasmos por su causa, pretendía trabar un combate cuerpo á cuerpo con los poderosos acusadores de su patrocinado (pie, por una anomalía la más hiriente, estaban de manos dadas y confundidos en contubernio con los propios jueces. —M. Demange, hombre de años, reposado y reflexivo, prefirió hacer un supremo esfuerzo. Él es de la casta de aquellos guerreros que no desesperan jamás de las ventajas de la táctica, sin olvidar tampoco que una hábil retirada vale tanto á veces como una victoria.

Probablemente le pidieron á M. Labori los miembros de la familia Dreyfus, que se plegara al plan estratéjico de Demange, lo cual era pedir una cosa superior á sus fuerzas, y tuvo que desistir de su empeño. Y en verdad.se necesita abnegación, más aun, heroísmo para prescindir de las irritantes parcialidades que se exhibían en los estrados del Liceo y para hablar a aquellos granaderos tiznados de pólvora y acostumbrados á moverse al toque de clarín, como el cañón acostumbra á rugir cuando se oprime la espoleta del obús, para hablarles, decimos, como si fueran jueces.

Es así que M. Demange no pudiendo presentarse al templo de la justicia con la altivez magestuosa de un ministro de ese culto, entró con la humildad temblorosa de un mendigo y allí, se dirijió á aquellos granaderos ¡que granaderos! á aquellos jueces de plomo ó de piedra como si no viera que tenían esculpido ya entre las arrugas de la frente un fallo condenatorio. Se requiere audacia para decidirse á horadar á tales peñascos con solo la magia sujestiva de la dialéctica y es un colmo de prodigios el que con las inflexiones insinuantes de su voz M. Demange pudiera herirles en el corazón y arrancarles lágrimas.

Esa es la obra de M. Demange. No sabemos si puede atribuirse á su elocuencia la reducción de la pena y los dos votos discordes que figuran al pie del fallo; pero nadie habría dejado de responsabilizar del fracaso á Fernando Labori, si hubiera insistido en llevar á cabo su propósito de desenmascarar resueltamente á los acusadores y á los jueces. Habríase dicho entonces, que había irritado al tribunal y que no era de extrañarse el desastre.

¡Y qué hermoso habría sido oirle perorar! —Originario de Reims, Labori, si aquel torneo hubiera tenido los caracteres de un festín, más bien que el de velorio de la justicia, la palabra viril del simpático maitre habría corrido como las efervescencias generosas y desbordantes del Champagne. Su voz habría tenido las vibraciones sujestivas del convencido, su pensamiento los reflejos metálicos y la fuerza incisiva del acero, y su gesto la marcial soberbia de los sectarios indomables de la idea.

La realidad es á veces monstruosa, como lo fué en esta emergencia en que decir verdades significaba lo mismo que dar coces contra el aguijón.

Todo era inútil. — Dentro de los uniformes militares que ataviaban al Consejo de Guerra, no había mas que dos hombres, dos jueces. Los demás ni eran jueces ni eran hombres; eran autómatas que no pueden mirar las palmas del generalato sin sufrir el vértigo de la obediencia. — ¡Oh! es más común de lo que se piensa ver soldados que por el solo hecho de encajarse dentro de una blusa militar pierden sus atributos, como la mariposa pierde sus alas, para trocarse en gusano.

Se concibe, por lo demás, que el coronel Jouast no cediera á las argumentaciones de la defensa. — Si la fotografía que hemos visto del presidente del Consejo de Rennes es auténtica, se comprende que nos fácil hacer que entren razones en el original, como no entrarían en una bala de cañón, por más que le pongan ojos, narices y bigotes.

Fácil será convencerse de que nada habría logrado Labori por más sólidas y lógicas que fueran sus demostraciones cuando se piense que su admirable co-defensor agotó sus arsenales dialécticos y extremó la nota persuasiva, sin lograr que aquel tribunal se rindiera á las evidencias más palpitantes de la verdad, ni acatara las exijencias más imperiosas de la justicia. Y eso que abrió sus brazos á los generales del Estado Mayor, exhortándoles á una reconciliación en holocausto al ejército, á la Francia y á la Justicia.

La condena estaba resuelta. Para que triunfara la justicia habría si lo menester que se neutralizara el poder de atracción de los generales del Estado Mayor, poniendo frente á él una fuerza equivalente; es decir igual número de palmas y de elásticos empenachados.

Soló asi habría triunfado.

Pedro Figari