I. Pedro Figari en hipertexto

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arodriguez
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 +Declaro que si al ingresar en la Universidad sentí no sin cierta aprehensión lo que podría llamarse un presentimiento de formal hombría, poco después iba comprendiendo que era tal cosa demasiado prematura, y cada día he ido afirmando más y más esta impresión, a fuerza de vivir. Cada vez creo más en que hay que guardar cuanto nos sea posible la juventud, la del alma por lo menos. 
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 +El edificio, rectangular, ubicado en la esquina de Sarandí y Maciel, fue un convento, y es de la época colonial. Estaba unido a la Iglesia de los Ejercicios, los que, según me dijeron, consistían en aplicarse ortigazos a la espalda, en una ronda de frailes que se desnudaban hasta la cintura: esa era la penitencia o ejercicio que había de propinarles entrada al paraíso celeste. Yo no puedo hacer una afirmación precisa y me limito a referir lo que se me dijo. 
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 +Como una consecuencia de aquel destino conventual, ofrecía el edificio un gran patio, amplios corredores, grandes salas y pequeñas celdas. Hasta no ha mucho podía verse un gran ciprés secular, dentro de su jardín. Se narraba también que estando la entrada del púlpito de la iglesia como la de los corredores de la Universidad, los muchachos habían dado bromas al cura, sacándole la escalera de acceso, mientras pronunciaba el 
 +sermón, bromas asaz pesadas. 
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 +Había un gran caudillo entre la muchachada, a la época de mis estudios: se llamaba Prudencio Vázquez y Vega, al que se escuchaba como a un hermano mayor. No sólo era muy inteligente sino de muy pobre estructura, y se había hecho querer por su gran bondad. Todos, hasta las autoridades, no ya los profesores, lo consideraban como una respetable entidad universitaria, y como una gran esperanza para el país. Era criollo, muy criollo, y recuerdo entre otros detalles, que, en la época de Latorre, cuando los representantes de la autoridad habían logrado un ascendiente extraordinario por su rigor, viendo que un celador sacaba el machete para imponerse a los muchachos, en una discusión con un naranjero, se dirigió como un tigre hacia aquél, le arrebató el machete y le dio unos planchazos que hubo de guardar el celador con el machete, así que se lo devolvió con elegancia, y hasta con sonriente cortesía, después de haber castigado su brutalidad. ¡Cómo no tomarle simpatía! Era el ídolo de la muchachada. 
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 +Había números bien pintorescos en aquella vieja Universidad. Recuerdo entre otras cosas que un estudiante imitaba de tal modo el sonido del pistón, haciendo de la mano como si fuese el instrumento, que hasta los profesores más circunspectos se detenían a escucharlo. Se comprende que tal cosa lo iba preparando para los exámenes, aunque no fuesen de música, puesto que formaba así, a su favor, una predisposición considerable a la benevolencia. Parecía hacer este cálculo: "Una de dos: o toco el pistón, y esto me quita tiempo para mis estudios, --circunstancia eximente-- o dejo de tocarlo y Udes. deberán privarse de dicho solaz, a fin de poder usar de severidad para conmigo". Claro que todos preferían oír el pistón, puesto que lo otro tanto da. Que haya uno más o uno menos, poco cuenta; lo sensible es que haya algunos que nada saben, ni el pistón y asimismo van adelante. 
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 +El Rector gozaba de un prestigio extraordinario en los claustros universitarios. Al entrar, todos quedaban como en misa, y sólo los más destacados se atrevían a dirigirle la palabra. La tertulia del Rector era constituida ordinariamente por los profesores y el secretario, doctor Enrique Azarola, que sucedió al doctor Perelló, y a veces por alguno de los estudiantes que brillaban por una u otra razón. Era la época de Batlle, Soca, Campisteguy, Domínguez, Acevedo, Martín C. Martínez, Williman, Terra (Arturo, pues Gabriel no había ingresado aún, y Duvimioso entró algo después como profesor joven, enérgico y brillante), López Lomba, Castro, Gómez Palacios, los Rodríguez, Scoseria, Guillermo Melián Lafinur, Casaravilla, Gallina!, Berro, Durán y Vida!, Herrero Espinosa, los Reyes, Ortiz, Barcia, Escudero, Pastori, Bastos, etc., que debían actuar más o menos vigorosamente en el escenario público; y la Facultad de Derecho, que funcionaba ahí mismo, nos dejaba aún ver con reverencia a Luis Melián Lafinur, Carlos M. de Pena, Ezequiel Garzón, Vidal y otros que no se ofrecen en este instante a mi memoria.Vázquez y Vega, lo mismo que Vidal, Ortiz y Santa Anna desaparecieron 
 +cuando más se esperaba de ellos. 
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 +Otro caudillo era Elías Regules, mas no ya dentro de la numerosa muchachada universitaria, sino dentro de un pequeño núcleo. Si aquella tumultuosa legión estudiantil, que disputabay se agitaba febrilmente, discutiendo y solucionando alguna vez hasta en duelos sus divergencias, Elías --que así se le llamaba-- juntaba a unos cuantos en su casa, una antigua casa baja situada en la calle Yi, a hacer sus repasos. Allá íbamos con Scoseria, los Rodríguez, Justo Reyes, Guillermo Melián Lafinur y no recuerdo quién más. Ahí nos dábamos el pisto de estudiantes empeñosos, bien que no lo fuesen todos por igual, yo entre otros. Había un laboratorio de química, bastante rudimentario, el que era manipulado por Scoseria, y Elías, previa su transformación en paisano apenas llegado a su casa; ése sí era un estudiante de los más serios, inteligentes y empeñosos, también con una individualidad más perfilada, acaso por su propio apego a lo criollo, que quería cotizarlo como una fuerza a considerar, y considerable por cierto. 
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 +Al graduarse, en aquellos días, se estilaba subir a una tribuna vestidos los graduados de gran rigor, y con un gorro de terciopelo negro con borlas y flecos verdes o rojos, según se recibieran de bachilleres o de doctores en jurisprudencia. El acto era público, y se revestía de gran solemnidad. Cuando le tocó el turno a Elías Regules, como bachiller, subió muy gravemente a la tribuna, y ahí, ya, cuadrándose a la criolla, pronunció su proposición, la que, palabra más o menos, decía: "Es un vejamen que en este siglo se le imponga a un estudiante una indumentaria tan ridícula como ésta, nada menos que en la Universidad Mayor de la República". Todos se miraron como si hubiese explotado una bomba anarquista, y se produjeron los comentarios consiguientes aun antes de aquilatar tamaña audacia. Recuerdo que el Rector, que lo era el eximio poeta don Alejandro Magariños Cervantes, con gran emoción, pronunció unas palabras alusivas a este acto de temeridad, si bien cariñosas, pues él amaba a los estudiantes, como Rector y profesor, más o menos dispuestas a censurar la actitud de un joven que se yergue de golpe contra una costumbre tradicional, y nada menos que en una institución tan seria como lo era la Universidad Mayor de la República! 
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 +Si hubiese vivido don Alejandro ya habría visto muchas otras rebeliones e insubordinaciones, y se reiría de ésta, la que al fin, creo que se inspiraba a la vez en el deseo de no poner tan en figurillas a los estudiantes pobres, que los habían también, y algunos tantos! 
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 +Fue en esos días que se fundó la [[figari:vv_aa_-_los_origenes_de_la_facultad_de_medicina_en_el_uruguay.pdf|Facultad de Medicina]], la que tanto honor debía reflejar sobre el país: Parece increíble que con aquellos comienzos, haya podido generarse el cuerpo médico nacional; y esto viene a corroborar, una vez más, que no es el local ni el aparato lo que determina el secreto de la enseñanza, sino su orientación, y su enjundia. 
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 +Nos trepábamos por una puerta para ver por los vidrios de su banderola, lo que ocurría en una pieza del edificio que estaba comprendida en la parte destinada a la nueva Escuela de Medicina, y que hasta entonces formaba dependencia de la iglesia de los Ejercicios, del lado de la calle Sarandí. Al correrse la noticia de que ya había ahí cadáveres, en aquellos días en que los muertos parecían ser entidades prodigiosas y temibles, ya fue la preocupación más honda de los estudiantes el saber en qué había de parar todo esto, tan lleno de misterio y novedad. 
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 +Se trataba de las pruebas de disección anatómica que debían presentar los concursantes al profesorado en la cátedra de Anatomía, que lo era el doctor José Masriera, un español ya muy añoso, y el doctor Julio Jurkowski, polaco que ejerció por muchos años la medicina en nuestro país. Pudimos ver por los vidrios de la banderola el trabajo de Masriera. Recuerdo que sobre un joven mulato había disecado su garganta y su pecho, y que había ligamentos que parecían hechos con cintitas de color. Esperamos a ver lo que haría Jurkowski, pues nos parecía insuperable la hazaña de Masriera. A él le tocó un viejo lotero, cuyo tronco permaneció varios días en una tina, y que desapareció sin que pudiésemos ver en qué había parado su preparación, todo lo cual comenzaba a interesarnos ya como si hubiésemos de fallar el concurso. Va sin decir que supimos que el concurso fue decidido a favor del doctor Jurkowski, el 
 +cual desempeñó por mucho tiempo la cátedra de Anatomía de la incipiente Facultad actual, tan copetuda hoy, y con tanta razón. 
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 +Poco a poco se nos hizo familiar ir de paso a la Facultad, para cerciorarnos de sus ocurrencias, y ya mirábamos a los muertos, aun cuando estuviesen descuartizados, sin gran emoción, lo que nos fue haciendo comprender lo que se llama insensibilidad 
 +del médico, en primer lugar, y, después, que uno se acostumbra a todo. 
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 +No era poco interesante seguir también de paso las ocurrencias estudiantiles, entre cuyas hazañas puede citarse una bastante ingeniosa y audaz. No diré que tenga gracia, si bien para los de afuera la tiene, lo que sorprende y causa malhumor a los demás. Como uno de los profesores era tan flojo como vanidoso, arregláronse los estudiantes de manera que en lo mejor de su disertación recibiese un baño de lluvia ahí mismo, sobre la tarima; y así fue. Puede imaginarse que esto produjo su separación 
 +del profesorado, que era justamente lo que buscaban los estudiantes. Pero allá ellos que cuenten sus hazañas. Yo sólo quise fijar algunos recuerdos, al correr de la pluma, para dar, aunque sea así, someramente, una idea de aquellos días montevideanos que viví siendo muchacho, en la vieja Universidad de la calle Maciel, donde hice toda mi carrera. Cuando me recibí de abogado, sin embargo, ya lo hice en el nuevo local, que era a la sazón el de la calle Uruguay. 
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 +Puede decirse que salíamos apenas de los tiempos heroicos. Todavía los celadores llevaban su quepi sobre una ceja, melena arrabalera, pues habían de cuidarse de que los pilluelos que andaban en bandadas disputándose el prestigio del mayor valor, a pedradas, les gritasen: "¡cajetilla!", según lo hacían con nosotros así que nos veían con pilchas nuevas o presumiendo de elegantes. Los celadores, por lo menos, tenían su gran machete, y en un dos por tres, decían: "¡Marche!" cuando no adobasen esto con algún planchazo de su arma, bastante reputada. Los civiles no tenían más defensa que la de seguir viaje, como si no hubiesen oído, o sonreírles a los pilluelos para que nos dejasen pasar tranquilos. 
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 +La dudad, baja aún, por más que se la llamase "la coqueta del Plata" era triste y de exigua población; los Pocitos era como el Sahara, y en la Playa Ramírez los escasos bañistas que se atrevían a tomar su baño ahí, a tanta distancia, debían desvestirse y vestirse en las peñas. Eran los días en que se inauguraban los tranvías a sangre ante la espectativa del vecindario, asombrado de semejante proeza mecánica, la de hacer de manera que un gran coche pueda rodar derechito por rieles de fierro; eran los días donde aún no podía don Alejo Rosell Rius epatar a los vecinos con su auto minúsculo, el que asimismo metía más ruido que un camión; eran los días caniculares en que el tambor matinal anunciaba las corridas de toros, allá cuando los cocheros del tranvía, con sus gachos compadrones y requintados, y su melena con "tocino", nos hacían oír algún trozo de ópera con sus cornetitas, ¡hermosos días! 
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 +             Pedro Figari. 
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 +París, 5 de agosto de 1927 
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 +**Nota en pie de página** 
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 +En la mañana de un domingo del mes de enero de 1936, en compañía de D. Eugenio Garzón visitamos al pintor Pedro Figari en su atelier instalado a poca distancia de la casa del primero, en la segunda planta de un edificio de la calle San José 938. En nuestras concurrencias casi diarias a la Imprenta del Siglo Ilustrado nos encontrábamos frecuentemente con el Dr. Figari, a quien saludábamos respetuosamente aun cuando fuéramos desconocidos para él. Como expresáramos a D. Eugenio Garzón nuestro deseo de tratar personalmente al Maestro, cuya obra conocíamos en sus más diversas y ricas manifestaciones, en una de las visitas frecuentes que hacía a su amigo, Garzón nos llevó en su compañía, en cuya oportunidad fuimos presentados. Nos recibió en una sala ubicada al frente del edificio, iluminada por luz natural, presidida por su caballete de pintor, en la que tomamos asiento, rodeados de cuadros, cartones, bocetos, libros, revistas: el refugio para la soledad y la creación artística. D. Pedro Figari había tenido relevante actuación en la historia política del país en las primeras décadas del siglo, hacia la cual nos propusimos conducir la conversación que se desarrolló espontáneamente con la evocación de personajes y hechos que cobraron vida a través de la palabra de Figari y de Garzón, aunque ambos no siempre coincidían en sus juicios y apreciaciones. En un tomo de recortes que iniciamos desde la adolescencia figuraban dos artículos escritos por Pedro Figari en 1927 en París y publicados en periódicos de Montevideo con evocaciones de sus años juveniles. Ello nos indujo a suponer que hubiera escrito sus //Memorias autobiográficas// y las conservara inéditas y a expresarle el interés que despertaría su publicación entre quienes admiraban tanto al pintor como al autor de "El crimen de la calle Chaná" o el alegato relativo a "La pena de muerte" y otros escritos sobre temas de estética, filosofía, política, que le dieron justo renombre. Le hicimos la pregunta citándole con precisión los aludidos artículos, que recordó de inmediato. Nos contestó: "conservo claro, nítido, el recuerdo de los días que he vivido; esos artículos fueron páginas fragmentarias. Yo no he //escrito// mis Memorias, las he //pintado//. Toda mi obra de artista es la obra de un memorialista". Consideramos de interés para el conocimiento integral de la vida y la obra de Pedro Figari, así como por el valor intrínseco de los mismos, reeditar en esta Sección de la //Revista Histórica// los olvidados fragmentos que documentan la fisonomía del Montevideo antiguo que vio transcurrir la juventud de Pedro Figari, debidos a su pluma. LA DIRECCIÓN.