I. Pedro Figari en hipertexto

¡Esta es una revisión vieja del documento!


Figari, Pedro: "Primicias de París", París, marzo de 1926. En La Nación de Buenos Aires, 2 de mayo de 1926.





EN la pequeña calle del Odeón, del Barrio Latino, pueden verse dos librerías de aspecto modesto, una gris y la otra negra, cargadas ambas de libros y colocadas casi frente a frente con estos letreros: "La MIaison des Amis des Livres"y "Shakespeare and Company”.

Conocí en casa de unos simpáticos amigos porteños a las respectivas dueñas de ambos comercios: Adrienne Monnier y Sylvia Beach, de las cuales había oído hablar mucho, y pude, inmediatamente, darme cuenta de que la idea mercantil es la que menos pesa en sus espíritus. Lo que se advierte en seguida es que son dos individualidades vigorosas.

La primera, Adrienne Monnier, blanca y rosada, joven y fresca, de fisonomía franca y abierta, luminosa (podría muy bien ser una santa, si no lo es) tiene cabello castaño claro, lacio, y peinado hacia atrás. Sus ojos verdes son de tal transparencia que, por fuerza, han tenido que auyentar cualquier mal pensamiento, si lo hubo, dado que quedaría ahí en descubierto. Ya no quedan, ahora, más que los pensamientos sanos y claros, y esto se advierte apenas se discurre con ella un momento.

Sylvia Beach, de fisonomía fina, distinguida, de mirada aguda, penetrante, y de cabellera ondulada, es también joven como la otra, pero, a pesar de eso, ofrece una madurez intelecual acentuada, y hasta sorprendente. No la manifiesta menos, por otra parte, Monnier o Adrienne, como se la llama indistintamente por sus innumerables amigos.

Estas dos jóvenes cultivan un mismo ideal y forman, así, un núcleo solidario. Adrienne, hija de un modesto empleado de Correos, nació en París; y desde su infancia se apasionó por los libros, notando que los libreros vendían sus libros sin dar noticia alguna a su respecto, por ignorar su contenido. Se le ocurrió entonces fundar su casa. El famoso escritor Paul Claudel, en una conferencia, decía que había sido Adrienne Monnier la que primero notó la diferencia que hay entre un libro y una libra de manteca. Al recordar esto, Adrienne sonríe con satisfacción. Para ella, que comprendió tan claramente que el libro es el trasunto fiel del enorme esfuerzo cerebral y sensorial humano, el más empeñoso en la obra de adaptación y mejoramiento de la especie, tiene doble gracia este distingo.