I. Pedro Figari en hipertexto

¡Esta es una revisión vieja del documento!


Iniciativas que avanzan

Acaso asistimos al epílogo de nuestro pleito sangriento, casi secular. Cualesquiera sean las apariencias, nuestra cultura avanza y, al elevarse la razón pública, condena la violencia cada vez más informada de que es un medio de acción regresivo, y contraproducente. Ni el poder mismo, con ser más fuerte puede usar impunemente de la fuerza. ¿Podrá hacerlo con provecho la oposición?

Es menester que nos acostumbremos á buscar las soluciones, por difíciles y apasionantes que sean, en el debate, sin salir del aro de la legalidad, si queremos obtener todos los beneficios morales, sociales, políticos y económicos más anhelados, por cuanto fuera de allí solo se recogen decepciones. Y si aspiramos á extender la autonomía popular, distribuyendo hacia todos los extremos del organismo cívico y político el poder y la influencia que tiene en un solo haz la presidencia; si queremos transformar esta democracia aparente y que es, en fin de cuentas, una autocracia efectiva, en verdadera democracia, en la cual el pueblo influye decisivamente porque es y debe ser el pueblo quien más influye en las orientaciones del gobierno, tenemos que marchar en un sentido muy distinto del que hemos seguido hasta la fecha.

Se dice demasiado á menudo que las iniciativas deben partir de arriba, es decir, del gobierno y yo creo, en cambio, que sea bueno ó malo el gobierno, las iniciativas deben partir del pueblo: si es bueno, para secundarlo y si es malo, para coercerlo. El pueblo no debe abandonar jamás su derecho, porque no tiene más que un medio para emanciparse, y es demostrando su capacidad.

Es indispensable que nos pongamos en el caso de poder discutir sin disputar, conservando la serenidad que acompaña á la convicción y á la conciencia del derecho. Eso es indispensable para ascender, para mejorar; y si acaso alguna vez nuestras razones son tales que nos hagan crispar los puños ¡pase!; pero que no sean exclusivamente los puños nuestras razones.

Para obtener esa serenidad tenemos que llenar nuestra causa y nuestro pensamiento de ideas, de conceptos, y no de artificios y de engañosos mirajes. Si nos inspiramos en la pasión, ella nos traicionará de seguro, inhabilitándonos por lo menos para el debate fecundo. Por eso es que aquí no se delibera. Aquí se declama.

Ningún país como este, tan generoso, podría brindarnos mayores bienes, si supiéramos convivir. La misma raza tiene energías y altiveces que, puestas al servicio de ideales razonados, habrían de producir todas las florescencias de la cultura más avanzada. Nuestro defecto capital es la pasión. Hemos sido educados á base emocional más bien que reflexiva, y de ahí que tan amenudo se sienta la explosión inconsulta, destruyendo la obra acumulada por las eclosiones fertilizantes del esfuerzo pacífico, por las energías constructivas desplegadas en el campo de la ciencia, del arte y de la industria.

Nuestra misma sociabilidad recibe las repercusiones consiguientes á este proceso de violencia pasional, impidiendo el desarrollo de las cualidades civiles que mejor podrían engendrar el florecimiento de las ideas, con sus innumerables derivaciones todas benéficas las que, esparcidas por la economía nacional, habrían de fructificar provechosamente y en múltiples formas, las más inesperadas.

Felizmente, en medio de estas sacudidas desesperantes, parecen iniciarse nuevos concursos bonancibles. En el orden politico, que es el que obstaculiza más nuestros avances, comienzan á aletear ideales superiores, y ya se esbozan también, aunque tímidamente, los anhelos que interesan más en los centros cultos. No se vive ya pensando que la tradición es la única fuerza dinámica que puede agitar nuestro cerebro, con sus odios; al contrario, se busca en la tradición lo que hay de superior para encauzarlo en orientaciones científicas, y esto es por sí solo muy auspicioso. Una mayor complejidad de ideas y de aspiraciones, que es la característica de la cultura social, tendrá que operar una serie de evoluciones convergentes hacia una finalidad verdaderamente nacional, sin los desgastes periódicos del choque violento. Las oposiciones entonces serán saludables como una depuración y no destructoras, como los corrosivos.

Quizá esta misma borrasca que se cierne amenazante sobre el país, pueda ser disipada bajo la acción reflexiva de las ideas, y nos anuncie así una serie de auroras luminosas.