I. Pedro Figari en hipertexto

¡Esta es una revisión vieja del documento!


NOTICIA PROLOGAL



Andaba yo una mañana por los malecones del Sena en procura de algo, según ocurre tan a menudo, sin saber qué, cuando oí este diálogo:

—-Hágame un precio, cualquiera; hace ya mucho que lo tengo aquí, y me incomoda. Es muy voluminoso, y no hay espacio.

El bibliófilo volvió a mirar el abultado legajo, con sus gafas de vidrios ahumados, hojeó, y dijo:

—-Ni sé en qué lengua está escrito…, sólo podría adquirirlo para recortar los diseños… ¿De qué me sirve?…

A medida que balbuceaba estas palabras se alejaba, y el mercader, al verme, sonrió con su pipa curada y sebácea entre las barbas, invitándome a interesarme, con un ademán.

Comencé a hojear, y, como nada me dijese el texto, mientras miraba los dibujos escuchaba al mercader suplicante, que repetía:

—-iEs manuscrito, señor! ¡Fíjese bien: es manuscrito antiguo!…

Confieso que la idea de que alguien en la antigüedad se hubiese esmerado en escribir tan largo con atildada caligrafía, y el que todavía hubiese dibujado para hacerse mejor entender, me enterneció.

—-Si quiere cien francos —-dije yo, con fingido desgano.

—-Llegue a ciento veinte, y se lo lleva —-contestó el mugriento bolichero.

Cuando cerré trato ya no habría vendido yo el legajo ni por el quíntuplo, pero refunfuñé, según debe hacerse siempre en caso de ganga, para despistar. Recuerdo que esto me lo aconsejó una antigua vecina, muy hábil en compras.

Dejando así contento al mercader, tomé el legajo y con él me fuí de inmediato a casa de Alí Biaba; hombre muy docto y eximio políglota, el cual, apenas fijó sus ojos divergentes en la cubierta, exclamó, no sin emoción:

—-¡La historia del pueblo kirio! ¡Por Builah, qué hallazgo!… Está escrita en viejo caldeo…

El sabio, al tiempo que hacía sus exclamaciones, me abrazaba y me palmeaba el hombro, sin poder comprimir su emoción y sin desprender su ávida mirada del enorme manuscrito.

No sabía yo qué decir, puesto que por primera vez oía hablar del pueblo kirio. Ni le pregunté qué era eso de Builah, por quien había jurado, imaginando fuese uno de los tantos dioses o demonios de la antigüedad; y él, hojeando el manuscrito, lleno de curiosidad, como si hablase consigo mismo, dijo:

—-Es el pueblo menos conocido y el más original e interesante de la más remota antigüedad —-; y luego añadió, afirmativo —-: Esto se lo oí decir muchas veces a mi abuelo Krami, el más ilustre de los historiógrafos de mi tierra.

Alí Biaba refistoleaba el legajo con fervor, y hasta con impaciencia, emocionado cada vez más. Se diría que esperaba encontrar en aquel manuscrito algo así como la piedra filosofal, y de inmediato; pero poco después hubo como una decepción y una descarga en el espíritu de Alí Biaba. Con los ojos humedecidos, me abrazó de nuevo con ternura, y, al palmearme el hombro, oí que decía:

—-¡Mi amigo, dé las gracias a Builah!…

Sólo más tarde pude comprender el sentido de esta expansión; no obstante, tan extraña actitud espoleó mi curiosidad, la que iba en aumento.

Dispusimos abordar allí mismo la tarea. Él haría en alta voz la traducción, y yo iría entretanto tomando notas.

He aquí el resultado de esta somera lectura. Va esto como un simple anticipo. 1)

                          EL AUTOR.

Paris, 26 de agosto de 1928.

1) Por no conocer el viejo caldeo, ni el subsiguiente, no he podido verificar si la traducción de Alí Biaba es rigurosamente literal, y para dar mayor amplitud a mi relato reproduzco las notas que él puso de su cuenta, conjuntamente con las impresiones y comentarios que me sugirió la versión, a medida que se hacía.