I. Pedro Figari en hipertexto

Origen de nuestras perturbaciones

Las causas de nuestras conmociones no deben buscarse en el plano de las actitudes y gestos de las partidos, en cada caso. Estos son efectos; y las causas deben hallarse pues, en un plano más fundamental.

La causa principal de nuestros conflictos está en la ausencia de ideales concretos, de gobierno y de partido. Nuestras agrupaciones partidarias !ejos de definir con precisión sus programas, han adoptado simples generalidades que dejan libre campo á lo arbitrario, en cuyos dominios caben todas las ilogicidades, y de ahí que puedan tan á menudo preferirse los tanteos empíricos á las reglas do gobierno más admitidas en las sociedades regulares.

Con el fin de engrosar las legiones partidarias, ó bien para que éstas no se debiliten, en vez de fijarse un programa cada día más preciso, se han adoptado vaguedades que permitan la entrada á todas las gamas de la opinión,— incluso las que son radicalmente opuestas: desde el clérigo tonsurado hasta el mismo tragafrailes.

Este ardid ha tenido por fuerza que producir las peores consecuencias, porque si es discreto determinar coaliciones entre elementos más ó menos heterogéneos, no es sensato ni eficaz mancomunar definitivamente tendencias diversas hasta el antagonismo.

Es absurdo que se asocien de un modo permanente los que opinan en oposición — clericales y liberales, verbigracia — porque es fatal que una de las dos tendencias en caso de triunfo, tendrá que subordinarse á la otra, y para la parte sometida, el triunfo significará una derrota. Una derrota campal.

Apenas se observe cómo se reclutan las unidades de nuestros partidos tradicionales, se comprende que debe reinar en ellos la más antojadiza promiscuidad de ideas y tendencias, por cuanto se prescinde enteramente del modo de pensar de los afiliados sobre las grandes cuestiones públicas.

Así, por ejemplo, se plantea á menudo esta interrogación: ¿Es equitativo que el Partido Colorado se mantenga en el poder indefinidamente, utilizando para ello las mismas influencias oficiales, en tanto que el Partido Nacionalista (que, según se dice, representa á medio país) se halla fuera de! poder, y con visos de perderlo sin esperanza alguna?

Por escasa que sea nuestra ecuanimidad, contestaremos con una rotunda negativa. Eso no es de equidad.

Así encarada la cuestión, no pueden caber dos opiniones; y por lo común no se inquiere más. No es que se trate de averiguar si se ha comprobado eficientemente la representación numérica que se alega, pero es que ni se indaga con minuciosidad, como debiera hacerse, qué tendencias diversas determinan la oposición con el partido que asume el poder. Se juzgan hechos y precedentes que pueden, si acaso, enardecer pasiones, mas no seleccionan ideas. Se rehuye así el debate, en las cuestiones que más lo requieren.

Y lo más singular es que las mismas tradiciones no se aducen por el partido nacionalista, como bandera de lucha. Por el contrario, se ha dicho y repetido que sería una « obra santa el que se descoloren las divisas », confundiéndose todos los ciudadanos en una sola aspiración común, nacional. Ha habido días, no muy lejanos, en que se creían extinguidas las divisas que hoy parecen enardecernos. Pero hay algo más sintomático aún y es que, por repetidas veces, ha proclamado el partido nacionalista, por medio de sus porta-voces, que dicha colectividad « tiene idénticos ideales » que la nuestra.

El propio documento de renuncia colectiva de los legisladores del credo nacionalista, lo establece categóricamente así.

Todo eso significa que estamos á un paso de la solución. Si esto es verdad; si son sinceras esas manifestaciones como debe suponerse, para realizar una tan honda aspiración nacional, no falta más que reconocer con franqueza la enormidad de la aberración que implica una recia lucha en contra, cuando se está de acuerdo; y nos hallaríamos así en el epílogo de nuestras discordias.

¿Qué significado tendría el esfuerzo del partido colorado para mantenerse en sus posiciones, si pugna contra él un partido que ostenta en su bandera idénticas aspiraciones, idénticos anhelos? ¿Y qué justificación tiene el partido del llano, para no refundirse en el partido que ejerce el poder, si este realiza sus propios anhelos y aspiraciones?

De otro modo: ¿es sólo una sustitución de personas, de denominaciones ó de procedimientos lo que se busca? ¿Es un simple prurito, una susceptibilidad de amor propio lo que perturba y desangra al país?

Si se da por admitido, según se afirma, que tienen iguales anhelos ambos partidos, no son partidos diversos, sino un solo partido dentro de cuyas filas hay rebeldes que, sin hacer cuestión de principios y sin determinar sus verdaderos agravios en forma, se levantan en contra de sus propios ideales, y con detrimento del país.

Es innegable que si las dos grandes colectividades que están frente á frente, como si dividieran muy á fondo la opinión del país tienen, en cambio, idénticos ideales, no hay más que una sola opinión en el país y, por ende, estamos pugnando á sangre y fuego por un absurdo, por el más voluminoso absurdo que pueda darse, desde que al combatir al adversario nos combatimos nosotros mismos, luchando en contra de nuestros propios anhelos. Esto es de una evidencia axiomática ¡y de una originalidad única!

No habiendo pués antagonismos substanciales, una simple disidencia en cuanto á los medios de ejecución, ¿justificaría que la mitad del país se halle en perpetua oposición y militarizada, contra la otra mitad?