I. Pedro Figari en hipertexto

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PRÓLOGO


Figari comenzó a escribir sistemáticamente cuentos en los últimos meses del año 1927 y primeros de 1928. Para mayo de este año, tal como lo indican sus papeles y el prefacio –que generalmente es postfacio– el volumen en que los recogía estaba pronto para ser enviado a la imprenta. Estaría integrado por 17 cuentos ordenados del siguiente modo: Las de Rogelio Paiva, El detalle, Rosario, El destino, Una visita en campaña, Indelicadezas del instinto, El crimen de Pororó, Tzumito, El Museo Grevin, Cipriana, En capilla, El cuento de Broqua, El rancho de Galveira, Papá, Los pajueranos, Los amores de Indalecio y El fin del mundo. Llevaría la dedicatoria que luego recogió en Dans l'autre monde, “A mis amigas y amigos, comenzando por don Manuel J. Güiraldes”.

El primer borrador del prefacio, fechado el 9 de mayo de 1928, decía de modo más explícito que el definitivo, acerca de sus intenciones literarias y del estado de ánimo dubitativo con que afrontaba el nuevo género: “Vacilaba al titular este li-

la de los personajes de nuestra campaña, ni la de los negros montevideanos: es, para él, la verdad del ser humano. Muchos de los personajes que pueblan estos cuentos no están muy lejos de los prudentes kirios que han sabido organizar definitivamente la convivencia pacífica y progresista.

Siendo ése su motivo, a él se aplica sin preocupaciones técnicas que siempre desdeñó, afirmando que el “arte de pensar” prima sobre el “arte de escribir”. Cumplirá con los preceptos que fija para la obra de arte en general, sin reparar en que son los principios de “su” arte: simplicidad, unidad, sinceridad. Tropezará sin embargo con una materia que desconocía, no pudiendo resolver artísticamente los problemas formales. Sus cuentos ejemplarizantes marcan un hito de nuestra historia literaria: la experiencia de un arte positivo impulsado por la aspiración al conocer objetivo y científico, adoctrinando los “locos humanos”. Más “consejas”' que cuentos. Lo que artísticamente se salva en el fracaso de este intento es, fuera de la peripecia personal, el lirismo contenido que nace al contemplar el tiempo pasado como una Arcadia feliz; la simplicidad superficial, como de dibujo lineal, con que amenamente se acumulan escenas de la vida más humilde; la observación pintoresca de costumbres y lenguaje. Y en el campo ideológico una cualidad del optimismo, más bien del humorismo sano, que fue querida esperanza de aquellos positivistas formados a fines del siglo XIX, empeñosos, constructores, burgueses, “desarrollistas” –para usar la terminología al uso actual– que se pusieron decididamente del lado de la vida, de su tierra americana, del futuro de la sociedad y la especie humana, cuya segura evolución vieron con confianza.