I. Pedro Figari en hipertexto

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 Otro caudillo era Elías Regules, mas no ya dentro de la numerosa muchachada universitaria, sino dentro de un pequeño núcleo. Si aquella tumultuosa legión estudiantil, que disputaba y se agitaba febrilmente, discutiendo y solucionando alguna vez en duelos sus divergencias, Elías -- que así se le llamaba -- juntaba a unos cuantos en su casa, una antigua casa baja situada en la calle Yí, a hacer sus repasos. Allí íbamos con Scoseria, los Rodríguez, Justo Reyes, Guillermo Melián Lafinur y no recuerdo quién más. Ahí nos dábamos el pisto de estudiantes empeñosos, bien que no lo fuesen todos por igual, yo entre otros. Había un laboratorio de química bastante rudimentario, el que era manipulado por Scoseria, y Elías previa su transformación en paisano apenas llegaba a su casa, ese sí era un estudiante de los más serios, inteligentes y empeñosos, también con una individualidad más perfilada, acaso por su propio apego a lo criollo, que quería cotizarlo como una fuerza a considerar, y considerable por cierto. Otro caudillo era Elías Regules, mas no ya dentro de la numerosa muchachada universitaria, sino dentro de un pequeño núcleo. Si aquella tumultuosa legión estudiantil, que disputaba y se agitaba febrilmente, discutiendo y solucionando alguna vez en duelos sus divergencias, Elías -- que así se le llamaba -- juntaba a unos cuantos en su casa, una antigua casa baja situada en la calle Yí, a hacer sus repasos. Allí íbamos con Scoseria, los Rodríguez, Justo Reyes, Guillermo Melián Lafinur y no recuerdo quién más. Ahí nos dábamos el pisto de estudiantes empeñosos, bien que no lo fuesen todos por igual, yo entre otros. Había un laboratorio de química bastante rudimentario, el que era manipulado por Scoseria, y Elías previa su transformación en paisano apenas llegaba a su casa, ese sí era un estudiante de los más serios, inteligentes y empeñosos, también con una individualidad más perfilada, acaso por su propio apego a lo criollo, que quería cotizarlo como una fuerza a considerar, y considerable por cierto.
  
-Al graduarse, en aquellos días, se estilaba subir a una tribuna, vestidos los graduados de gran rigor y con un gorro de terciopelo negro con borlas y flecos verdes o rojos, según se recibieran de bachilleres o de doctores en jurisprudencia. El acto era público, y se revestía de gran solemnidad. Cuando le tocó el turno a Elías Regules, como bachiller, sube muy gravemente a la tribuna, y ahí ya cuadrándose a la criolla, pronunció su proposición, que, palabra más o menos, decía: "Es un vejamen que es este siglo se le imponga a un estudiante una indumentaria tan ridícula como es esta, nada menos que en la Universidad Mayor de la República". Todos se miraron como si hubiese explotado una bomba anarquista, y se produjeron los comentarios aun antes de aquilatar tamaña audacia. Recuerdo que el Rector, que lo era el eximio poeta don Alejandro Magariños Cervantes, con gran emoción pronunció unas palabras alusivas a este acto de temeridad, si bien cariñosas, pues él amaba a los estudiantes, como Rector y profesor, palabras más no menos dispuestas a censurar la actitud del joven que se yergue de golpe contra una costumbre tradicional y nada menos que en una institución tan seria como lo era la Universidad Mayor de la República. +Al graduarse, en aquellos días, se estilaba subir a una tribuna, vestidos los graduados de gran rigor y con un gorro de terciopelo negro con borlas y flecos verdes o rojos, según se recibieran de bachilleres o de doctores en jurisprudencia. El acto era público, y se revestía de gran solemnidad. Cuando le tocó el turno a Elías Regules, como bachiller, sube muy gravemente a la tribuna, y ahí ya cuadrándose a la criolla, pronunció su proposición, que, palabra más o menos, decía: "Es un vejamen que en este siglo se le imponga a un estudiante una indumentaria tan ridícula como es esta, nada menos que en la Universidad Mayor de la República". Todos se miraron como si hubiese explotado una bomba anarquista, y se produjeron los comentarios aun antes de aquilatar tamaña audacia. Recuerdo que el Rector, que lo era el eximio poeta don Alejandro Magariños Cervantes, con gran emoción pronunció unas palabras alusivas a este acto de temeridad, si bien cariñosas, pues él amaba a los estudiantes, como Rector y profesor, palabras, mas no menos dispuestas a censurar la actitud del joven que se yergue de golpe contra una costumbre tradicional y nada menos que en una institución tan seria como lo era la Universidad Mayor de la República.  
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 +Si hubiese vivido don Alejandro, ya habría visto muchas otras rebeliones e insubordinaciones, y sonreiría de esta, la que, al fin, hasta creo que se inspiraba a la vez en el deseo de no poner tan en figurillas a los pobres estudiantes pobres, que los había también, y algunos tanto! 
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 +Fue en esos días que se fundó la Facultad de Medicina, que tanto honor debía reflejar sobre el país. Parece increíble que con aquellos comienzos haya podido generarse el cuerpo médico nacional; y esto viene a corroborar una vez más que no es local ni el aparato lo que determina el secreto de la enseñanza, sino la orientación, y su enjundia. 
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 +Nos trepábamos por una puerta para ver por los vidrios de su banderola, lo que ocurría en una pieza del edificio, la que estaba comprendida en la puerta destinada a la nueva escuela de Medicina y que hasta entonces formaba dependencia de la iglesia de los Ejercicios, del lado de la calle Sarandí. Al correrse la noticia de que ya había ahí cadáveres, en aquellos días en que los muertos parecían ser entidades prodigiosas, y temibles, ya fue la preocupación más honda de los estudiantes el saber en qué había de parar todo esto, tan lleno de misterio y novedad. 
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 +Se trataba de las pruebas de disección anatómica que debían presentar los concusantes al profesorado en la cátedra de Anatomía, que lo eran el doctor José Masriera, un español ya muy añoso, y el doctor Julio Jourkousky, polaco, que ejerció por muchos años la medicina en nuestro país. Pudimos ver por los vidrios de la banderola el trabajo de Masriera. Recuerdo que sobre un joven mulato había disecado su garganta y su pecho, y que había ligamentos que parecían hechos con cintitas de color. Esperamos a ver lo [que] haría Jourkousky, pues nos parecía insuperable la hazaña de Masriera. A él le tocó un viejo lotero, cuyo tronco permaneció varios días en una tina, y desapareció sin que pudiésemos ver en que había parado su preparación, todo lo cual comenzaba a interesarnos ya como si hubiésemos de fallar el concurso. Va sin decir que supimos que el concurso fue decidido a favor del doctor Jourkousky, el cual desempeñó por mucho tiempo la cátedra de Anatomía de la incipiente Facultad actual, tan copetuda hoy, y con tanta razón.  
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 +Poco a poco se nos hizo familiar ir de paso a la Facultad, para cerciorarnos de sus ocurrencias, y ya mirábamos a los muertos, aun cuando estuviesen descuartizados, sin gran emoción, lo que nos fue haciendo comprender lo que se llama insensibilidad del médico, en primer lugar, y, después, que uno se acostumbra a todo. 
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 +No era poco interesante segur también de paso las ocurrencias estudiantiles, entre cuyas hazañas puede citarse una bastante ingeniosa y audaz. No diré que tenga gracia, si bien para los de afuera siempre la tiene lo que sorprende y causa malhumor a los demás. Como uno de los profesores era tan flojo como vanidoso, arregláronse los estudiantes de manera que en los mejor de su disertación recibiese u baño de lluvia ahí mismo, sobre la tarima; y así fue. Puede imaginarse que esto produjo su separación del profesorado, que era justamente lo que buscaban los estudiantes. Pero allá ellos que cuenten sus hazañas.  
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 +Yo solo quise fijar algunos recuerdos, al correr de la pluma, para dar, aunque sea así, someramente, una idea de aquellos días montevideanos que viví siendo muchacho, en la vieja Universidad de la calle Maciel, donde hice toda mi carrera. Cuando me recibí de abogado, ya lo hice en el nuevo local, que era a la sazón el de la calle Uruguay. 
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 +Puede decirse que salíamos apenas de los tiempos heroicos. Todavía los celadores llevaban su kepi sobre una ceja, melena arrabalera, pues habían de cuidarse de que los pilluelos que andaban en bandadas disputándose el prestigio del mayor valor, a pedradas, les gritasen "cajetillas", según lo hacían con nosotros, así que nos veían con pilchas nuevas o presumiendo de elegantes. Los celadores, por lo menos, tenían su gran machete, y en un dos por tres decían: ¡Marche! cuando nos adobasen esto con algún planchazo de su arma, bastante reputada. Los civiles no teníamos más defensa que la de seguir viaje, como si no hubiésemos oído, o sonreírles a los pilluelos para que nos dejasen pasar tranquilos.  
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 +La ciudad, baja aun, por más que se la llamase "la coqueta del Plata"  era triste y de exigua población; los Pocitos eran como el Sahara, y en la Playa Ramírez los escasos bañistas que se atrevían a tomar su baño ahí, a tanta distancia, debían desvestirse y vestirse en las peñas. Eran los días en que se inauguraban los tranvías a sangre ante la espectativa del vecindario, asombrado de semejante proeza mecánica, la de hacer de manera que un gran coche pueda rodar derechito por rieles de fierro; eran los días donde aun no podía don Alejo Rosell y Rius epatar a los vecinos con su auto minúsculo, el que asimismo metía más ruido que un camión; eran los días caniculares en que el tambor matinal anunciaba las corridas de toros, allá cuando los cocheros del tranvía, con sus gachos compadrones y requintados, y su melena "con tocino", nos hacían oír algún trozo de ópera con sus cornetitas: ¡hermosos días! 
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 +París 5 de Agosto de 1927    
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