I. Pedro Figari en hipertexto

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 Poco a poco se nos hizo familiar ir de paso a la Facultad, para cerciorarnos de sus ocurrencias, y ya mirábamos a los muertos, aun cuando estuviesen descuartizados, sin gran emoción, lo que nos fue haciendo comprender lo que se llama insensibilidad del médico, en primer lugar, y, después, que uno se acostumbra a todo. Poco a poco se nos hizo familiar ir de paso a la Facultad, para cerciorarnos de sus ocurrencias, y ya mirábamos a los muertos, aun cuando estuviesen descuartizados, sin gran emoción, lo que nos fue haciendo comprender lo que se llama insensibilidad del médico, en primer lugar, y, después, que uno se acostumbra a todo.
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 +No era poco interesante segur también de paso las ocurrencias estudiantiles, entre cuyas hazañas puede citarse una bastante ingeniosa y audaz. No diré que tenga gracia, si bien para los de afuera siempre la tiene lo que sorprende y causa malhumor a los demás. Como uno de los profesores era tan flojo como vanidoso, arregláronse los estudiantes de manera que en los mejor de su disertación recibiese u baño de lluvia ahí mismo, sobre la tarima; y así fue. Puede imaginarse que esto produjo su separación del profesorado, que era justamente lo que buscaban los estudiantes. Pero allá ellos que cuenten sus hazañas. 
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 +Yo solo quise fijar algunos recuerdos, al correr de la pluma, para dar, aunque sea así, someramente, una idea de aquellos días montevideanos que viví siendo muchacho, en la vieja Universidad de la calle Maciel, donde hice toda mi carrera. Cuando me recibí de abogado, ya lo hice en el nuevo local, que era a la sazón el de la calle Uruguay.
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 +Puede decirse que salíamos apenas de los tiempos heroicos. Todavía los celadores llevaban su kepi sobre una ceja, melena arrabalera, pues habían de cuidarse de que los pilluelos que andaban en bandadas disputándose el prestigio del mayor valor, a pedradas, les gritasen "cajetillas", según lo hacían con nosotros, así que nos veían con pilchas nuevas o presumiendo de elegantes. Los celadores, por lo menos, tenían su gran machete, y en un dos por tres decían: ¡Marche! cuando nos adobasen esto con algún planchazo de su arma, bastante reputada. Los civiles no teníamos más defensa que la de seguir viaje, como si no hubiésemos oído, o sonreírles a los pilluelos para que nos dejasen pasar tranquilos. 
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 +La ciudad, baja aun, por más que se la llamase "la coqueta del Plata"  era triste y de exigua población; los Pocitos eran como el Sahara, y en la Playa Ramírez los escasos bañistas que se atrevían a tomar su baño ahí, a tanta distancia, debían desvestirse y vestirse en las peñas. Eran los días en que se inauguraban los tranvías a sangre ante la espectativa del vecindario, asombrado de semejante proeza mecánica, la de hacer de manera que un gran coche pueda rodar derechito por rieles de fierro; eran los días donde aun no podía don Alejo Rosell y Rius epatar a los vecinos con su auto minúsculo, el que asimismo metía más ruido que un camión; eran los días caniculares en que el tambor matinal anunciaba las corridas de toros, allá cuando los cocheros del tranvía, con sus gachos compadrones y requintados, y su melena "con tocino", nos hacían oír algún trozo de ópera con sus cornetitas: ¡hermosos días!
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 +París 5 de Agosto de 1927   
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 +                                                         Pedro Figari
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