I. Pedro Figari en hipertexto

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 Puede decirse que salíamos apenas de los tiempos heroicos. Todavía los celadores llevaban su kepi sobre una ceja, melena arrabalera, pues habían de cuidarse de que los pilluelos que andaban en bandadas disputándose el prestigio del mayor valor, a pedradas, les gritasen "cajetillas", según lo hacían con nosotros, así que nos veían con pilchas nuevas o presumiendo de elegantes. Los celadores, por lo menos, tenían su gran machete, y en un dos por tres decían: ¡Marche! cuando nos adobasen esto con algún planchazo de su arma, bastante reputada. Los civiles no teníamos más defensa que la de seguir viaje, como si no hubiésemos oído, o sonreírles a los pilluelos para que nos dejasen pasar tranquilos.  Puede decirse que salíamos apenas de los tiempos heroicos. Todavía los celadores llevaban su kepi sobre una ceja, melena arrabalera, pues habían de cuidarse de que los pilluelos que andaban en bandadas disputándose el prestigio del mayor valor, a pedradas, les gritasen "cajetillas", según lo hacían con nosotros, así que nos veían con pilchas nuevas o presumiendo de elegantes. Los celadores, por lo menos, tenían su gran machete, y en un dos por tres decían: ¡Marche! cuando nos adobasen esto con algún planchazo de su arma, bastante reputada. Los civiles no teníamos más defensa que la de seguir viaje, como si no hubiésemos oído, o sonreírles a los pilluelos para que nos dejasen pasar tranquilos. 
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 +La ciudad, baja aun, por más que se la llamase "la coqueta del Plata"  era triste y de exigua población; los Pocitos eran como el Sahara, y en la Playa Ramírez los escasos bañistas que se atrevían a tomar su baño ahí, a tanta distancia, debían desvestirse y vestirse en las peñas. Eran los días en que se inauguraban los tranvías a sangre ante la espectativa del vecindario, asombrado de semejante proeza mecánica, la de hacer de manera que un gran coche pueda rodar derechito por rieles de fierro; eran los días donde aun no podía don Alejo Rosell y Rius epatar a los vecinos con su auto minúsculo, el que asimismo metía más ruido que un camión; eran los días caniculares en que el tambor matinal anunciaba las corridas de toros, allá cuando los cocheros del tranvía, con sus gachos compadrones y requintados, y su melena "con tocino", nos hacían oír algún trozo de ópera con sus cornetitas: ¡hermosos días!
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 +París 5 de Agosto de 1927   
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 +                                                         Pedro Figari