I. Pedro Figari en hipertexto

A Eugenio Garzón, Samois-sur-Seine, 26 Setiembre 1932. Archivo General de la Nación (AN, Uruguay).



Samois-sur-Seine, 26 Setiembre 1932

Mi querido y grande amigo:

Quiero hacerle saber que lo recordamos aquí, en este hermoso rincón de Francia, donde no solo las ”peniches” van en serie hacia la capital que Vd., con tanto acierto, calificó de “acústica”, sino también, y muy a menudo nuestros pensamientos, cada día más nostálgicos.

Hemos encontrado en esta “fin de saison” un buen hotel que si bien se denomina “Beau rivage” y lo es, acostado como está a lo largo del ínclito Sena, podría apellidarse “baratieri”, sin jactancia. Nos resulta más acomodado que los propios fondines de Moret-sur-Loing, tan recomendados, y a mi modo de ver y palpar, incomparablemente inferiores estos, así como su ubicación y fisonomía ambiente.

El tiempo ha sido irregular, pero hemos tratado de aprovechar las “éclaircies” para caminar, y la lluvia para descansar, con lo cual pienso volver a París con mejores músculos y mejores nervios, no ya con otro humor, pues el que traía era de fatiga, de apabullamiento. Podré a mi vuelta trabajar mejor.

Volveremos a fines de la semana, pues según mis cálculos hasta allí llegará el “tabaco”, y en la próxima lo iré a ver. Combinaremos entonces algo amable, en la inteligencia de que la amistad de aprecio y de afecto si acaso no superase a la opulencia, por lo menos la remplaza pasablemente. Según mi modo de ser aun más: ventajosamente.

Por la prensa veo que va despejándose algo la conciencia internacional, y esto permite forjar ilusiones, que pueden a lo mejor trocarse en realidad. ¡Ojalá! Ya es tiempo de que podamos ver días auspiciosos, después de haber pasado por un tan largo tendal de incertidumbres, cuando no de congojas.

A medida que voy conociendo a este pueblo descubro en él mayor número de condiciones de buena ley, bien másculas, y kirias por decirlo así, lo que a mi ver significa el buen paso y la más substancial calidad.

Si bien hay un gran jardín hermoso en el hotel, nuestro paseo no se verifica ahí, ni siquiera en los alrededores tan pintorescos. No sé por qué nuestra preferencia nos lleva a la esclusa, colocada a unos quinientos o seiscientos metros del hotel, donde ya hemos trabado relación con la familia del encargado, un bretón de bronce, áspero y fuerte, de esos que caminan balancéandose y balanceando sus brazos, como si les sobrase el vigor que llevan dentro, y lo quisieran desparramar a derecha e izquierda.

Esta construcción fluvial ingeniosa, que permite pasar, aguas arriba y aguas abajo, a las embarcaciones a pesar de su diferencia de nivel (un par de metros) se nos ofrece muy interesante. Por de pronto, cada una de las embarcaciones, que contiene a la familia del capitán, siempre prolífico, (sus perros, sus pájaros y loros, – doy por admitido que el loro está fuera del reino ornitológico para entrar en el humano –) lleva además, en alto, un nombre a menudo mitológico, enfático, y lo ostenta aun cuando su carga, que muy generalmente es de arena, la suma en el agua hasta las orejas, y ahí brotan las reflexiones acerca de la vanidad tan general en el humano, bien que vaya éste enterrado en el limo de sus grandes errores: la leyenda muy en alto: igualdad, libertad, democracia, comunismo, socialismo, o sea, música celestial!

Pero es curioso ver cómo trabajan estos anfibios de río, musculosos y alertas: trabajan chanceando, vale decir, al revés de lo que hacían los funcionarios (no sé si eso sigue) que no hacían nada, y esto mismo lo hacían de malhumor, quejosos, articulando quejas contra injusticias imaginarias y postergamientos de pura fantasía.

Los chicos mismos saltan, como cachorros de una raza útil, y se aprestan al relevamiento. Las mujeres también trabajan duro, y, cuando no tienen tarea urgente, atienden a sus chicuelos, algunos deliciosos, a pintarse, saturados de poesía rústica, según van, y cuidan de sus jardincito flotante. Hay en la tripulación de estas embarcaciones el signo de la hombría, a la manera antigua. Esto es kirio también.

Ahora que vivimos en un reino de pomadas y afeites, por un lado, y por el otro pretendiendo elevar el puñetazo y la coz al rango olímpico, quedamos perplejos al ver músculos, y nos preguntamos si no serán comprados en el Printemps. Vivimos en una etapa rara, dónde todo puede verse a un tiempo, pues rota la vieja brújula del buen sentido, todos los sentidos son buenos, ¿qué no se ve?…

No hay un plan trazado en el cerebro humano, y así es que pueden verse en él todos los planes, a lo extenso. No somos cristianos, ni protestantes, ni creyentes, ni ateos. En los largos siglos transcurridos para alcanzar nuestra mentada civilización occidental, no hemos llegado aun a destarar la paja del grano. Tampoco lo ha logrado la civilización oriental (¡quiá!), por donde resulta que nuestro cerebro es capaz de juntar, mas no de optar por selección, que es lo único que nos habría permitido ordenarnos por organización, y mejorar. Se diría, al contrario, que somos cada día peores.

¿Ha visto Vd. como recibe la prensa alemana las declaraciones de Winston - Churchill? Como no son favorables a su tesis tendenciosa, dice que por fortuna dichas declaraciones pierden todo valor por no haber sido pronunciadas por un funcionario oficial. (sic)

Para ellos lo que no tiene sello oficial no cuenta, por mucha razón que tenga. ¿Cómo pensar en la democratización de un pueblo que piensa así?

No podemos atribuirlo todo a un malentendido, si bien mucho hay de eso. Cuando vemos a ciertos personajes ufanos dentro de sus botas, y atusándose el mostacho, nos parece descubrir a una raza sui generis, que cifra en el peso de sus puños el derecho a la prepotencia. ¿Cómo hacer migas con ellos, sin encerarles antes las botas? ¿Y cómo someternos a tal humillación, por grande que sea nuestra bonhomía y nuestro amor a la paz?

Es allí que surge la única solución: seleccionar con espíritu implacablemente justo. No hay otra manera de obtener una paz digna, de convivir y confraternizar, pues no es posible ser camaradas con los que no nos respetan, con los abusivos y prepotentes… los que me van resultando cada días más odiosos, menos dignos de formar en los escalafones de la especie humana.

Por un régimen de componendas, destinado a arreglos imposibles, se ha ido entreverando y corrompiendo la colectividad de tal modo que vemos en cada sector, confundidos, al prócer con el forajido, al hombre de bien con el malvado, al filántropo con el más abyecto de los miserables, y la música toca el mismo son para todos. Todos hemos de bailar al ritmo negro del jazz.1)

Al ver pasar los “peniches”, algunos a motor y otros a la sirga, siento cierta envidia, y hasta me parece que aceptaría una plaza en estas últimas, más serenas y modestas, a condición de no formar en la gran olla podrida en que estamos forzados a vivir.

Bueno, mi querido amigo, pronto reanudaremos nuestras pláticas americanas, no sin alguna tristeza, al ver que lo se hace es insignificante en comparación de lo que se podría hacer.

Reciba, entretanto, un abrazo bien afectuoso de su amigo

                                    Pedro Figari



1) Conste que no es despectivo eso de negro, pues una vez que se ha comprobado que hay negros de alma blanca, como hay blancos de alma negra, sería injusto clasificar por el color de la piel. Preciso será que nos atengamos a los colores del alma para juzgar.
Vale.