I. Pedro Figari en hipertexto

A don Alberto Zum Felde, París, noviembre de 1933. Preservada en el Departamento de Investigaciones y Archivo Literario de la Biblioteca Nacional de Uruguay.


París, Noviembre de 1933

Señor don Alberto Zum Felde
MONTEVIDEO

Mi apreciado amigo:

Su carta me dio gran placer, pues al elogiar mi pintura quedo en la situación de los novios que escuchan regocijados las buenas mentas de la novia, mucho más que de las propias. Realmente, es como enamorado de la leyenda racial rioplatina que me apliqué a pintar, y es por haber pretendido colocarla en su propio ropaje y en su ambiente propio que logré hacerme de una técnica mía, original, una técnica-lenguaje, que me permitiese decir cómo aparecían en mis recuerdos las imágenes que pude juntar. De ahí que se haya hablado de pintura-poética, cosa que puedo repetir sin inmodestia por cuanto lo poético no es siempre laudatorio, allí en ese dominio donde hay tanto malo y rematadamente cursil. Solo la buena poesía es la que debe contar y cuenta.

Mucho me halaga que quiera Vd. examinar el caso, y estoy seguro de que esto será de gran provecho para nuestro ambiente inicial, dada su preparación y autoridad. Puesto que asistimos al fracaso de los sistemas en auge en el Viejo Mundo, que tanto nos placía remedar, es de buen consejo proceder a un análisis libre, a fin de tomar contacto con la realidad, la que ofrece consistencias y no simples espejismos. En los dominios artístico-estéticos como en el social, el administrativo y el político, se llegó a dar prevalencia al medio sobre el fin, – allá la técnica sobre la emoción – y vamos viendo la serie de contrasentidos sociales, administrativos y políticos, sin sorpresa ya, a fuerza de hallarse subvertidos los conceptos. La libertad corno ordenamiento social: licencia; y el funcionario y el político antepuestos a la administración nacional y al país.

El pintor, en dicho cuadro de incoherencias, no podía dejar de exclamar: ¡aquí verán Vdes cómo se pinta! sin sospechar que cada cual, según lo que tenga a decir, es quién puede arbitrar sus mejores medios de expresión.

Por haber procedido de este modo es que traté de hacer pintura evocatoria, y apelé a la sugestión más bien que a la descripción, y esto me hizo original, cosa que está al alcance de cualquiera siempre que se aplique a observar atentamente, y con simpatía, hasta comprender, y, luego de hacer una prolija selección de sus imágenes, se dé a exteriorizarlas con sinceridad y llaneza, nunca presuntuosamente, y menos aun encaramado en suficiencias técnicas. Esta es mi idea por lo menos, y es a esto que puede llamarse ingenuidad o primitivismo, lo que puede conciliarse con humorismos y malicias. El menos experto al observar advierte que cada personaje va con algo propio en sus faltriqueras en cualquier orden de circunstancias, y esto que por lo común disuena, es precisamente lo que nos hace sonreír si lo comprendemos. Esto equivale a decir que es lo que va dentro lo que interesa advertir, mucho más que la fachada.

Aquí, mismo en este centro tan cultivado, se pueden ver anualmente kilómetros de pintura retinal, objetiva, descriptiva, y es éso lo que va desacreditando los salones y desesperando a los críticos. En el pulular de las tentativas de emancipación, como no se ha hecho previo examen del problema, el cual permanece enredado en viejas y falsas ideologías, el conato de originalidad queda por lo común romaneado, y con harta frecuencia librado a audacias puramente técnicas, no de concepto.

Si se examina algo más mi pintura se llega a esta conclusión: es producto de honestidad y de buen sentido, lo que al compararse con las arrogancias técnicas corrientes, produce la impresión de originalidad. Y resulta así que por muchas vueltas que se den, es lo sencillo lo más humano. Claro que esto choca a los académicos, envalentonados con su prolija erudición, haciéndolos vivir al margen de la realidad humana, ufanos, infatuados y rezongantes.

Le estrecha la mano con todo aprecio y simpatía

                                         Pedro Figari