I. Pedro Figari en hipertexto

¡Esta es una revisión vieja del documento!


Ciencia, arte y estética en Dewey y Figari

Capítulo del libro Etapas de la inteligencia uruguaya de Arturo Ardao en donde compara un capítulo de “La experiencia y la naturaleza” de John Dewey, de 1925, con Arte, estética, ideal de Pedro Figari, publicado trece años antes. De esta manera evidencia el paralelismo entre ambas obras y subraya la originalidad y la pertinencia de la obra del escritor uruguayo.

Ardao, Arturo - Ciencia, arte y estética en Dewey y Figari, (1957)


“Mientras persista tal estado de cosas, será en gran medida profética o más o menos dialéctica, la tesis de este capítulo, de que la ciencia es arte, como otras muchas proposiciones de este libro…”

“Cuando alboree esta visión, será un lugar común el que el arte […] es la acabada culminación de la naturaleza y que la «ciencia» es en rigor una sirviente que lleva los acontecimientos naturales a su feliz término. Así desaparecerían las separaciones que conturban al pensamiento actual: la división de todas las cosas en naturaleza y experiencia, de la experiencia en práctica y teoría, arte y ciencia, del arte en útil y bello, ancilar y libre”.

John Dewey, 1925.

Las expresiones del epígrafe pertenecen a la obra de John Dewey La experiencia y la naturaleza, cuya primera edición inglesa es de 1925,1) Puede verse por ellas la aplomada seguridad que le asistía de anticipar en su obra un conjunto de tesis, para cuya admisión los tiempos no estaban todavía preparados. Se trataba de tesis capitales en los dominios del arte y la estética, con proyecciones en el campo del conocimiento. No eran ellas, por otra parte, tesis aisladas o yuxtapuestas, sino íntimamente correlacionadas, al punto de constituir una verdadera doctrina, inseparable a su vez del cuerpo general de la filosofía de Dewey.

Pues bien, esas tesis, con el mismo carácter sistemático y por los mismos fundamentos filosóficos, aparecen sostenidas por Pedro Figari, en su obra Arte, estética, ideal, publicada en Montevideo en 1912, o sea trece años antes de la primera publicación de la de Dewey. La misma seguridad de estar presentando ideas profundamente innovadoras, le acompaña también a él. Lo hace, por otra parte, con mayor amplitud y desarrollo: constituye el tema de su libro lo que en Dewey es el tema de un capítulo. Si nada de esto afecta la poderosa originalidad del pensador norteamericano, quien llegó a su doctrina por sus anchos caminos propios, refuerza, en cambio, la del uruguayo. La historia de la filosofía, como la de la ciencia, abunda en esta clase del coincidencias, productos del natural despliegue de sus virtualidades por una determinada dirección del pensamiento. En este caso se agrega el interés de un curioso paralelismo entre las filosofías del Norte y el Sur de América, manifestado en el mismo empeño emancipador en una materia especialmente dominada por el prestigio y la fuerza de la tradición.

Proyectado inicialmente como un ensayo de estética, el libro de Figari se convirtió sobre la marcha en un ensayo de filosofía general, en el que aparecen como elementos básicos una metafísica y una antropología filosófica. Sólo tomamos en cuenta aquí su estética, y en ella los aspectos esenciales en que resalta la coincidencia con Dewey.

Esos aspectos esenciales pueden resumirse así:

1º - Eliminación del dualismo entre arte útil, instrumental, y arte bello, final; en todo arte hay una compenetración de medios y fines: todo arte es instrumental, inclusive el llamado arte bello, y todo arte es final, inclusive el llamado arte útil.

2º - Eliminación del tradicional exclusivismo estético que reserva la belleza a lo que se ha dado en llamar arte bello: todo arte puede llevar al goce estético, inclusive el llamado arte útil.

3º - La ciencia es arte, al margen de toda significación estética, en el sentido de que participa del carácter utilitario e instrumental de todo arte en general; y es a la vez arte, bajo el ángulo de la estética, en el sentido de que ella también participa de la belleza.

4º - Ciencia, arte instrumental, es la ciencia en cuanto investigación; ciencia, arte bello, es la ciencia en cuanto resultado o producto. No siempre, sin embargo, es posible el deslinde de hecho entre ambos aspectos.

5º - Eliminación del dualismo entre arte y naturaleza: los procesos del arte, entre los que están incluidos los procesos científicos, no hacen sino proseguir y culminar los procesos naturales.

                                                . . .

La tesis de que la ciencia es arte, en la que Dewey ponía especial énfasis, había sido anticipada por Figari con verdadero radicalismo filosófico. Partía de una concepción muy amplia del arte. Arte es para él todo arbitrio o recurso de la inteligencia aplicado a mejor relacionar el organismo con el mundo exterior, a fin de satisfacer sus necesidades. Entre éstas se cuentan las aspiraciones, desde que a medida que la especie evoluciona ellas se transforman incesantemente en necesidades. No toda acción es arte. Pero es arte toda intervención del arbitrio o recurso deliberado e inteligente en la satisfacción de una necesidad.

Después de insistir en tal universalidad del arte, dice: “Lo único que parece ya consagrado, es que todo lo que se refiere a la ciencia está fuera del campo artístico, y si lográramos demostrar que no es así, quedaría comprobado lo que hemos dicho antes, o sea que el arte es un medio universal de acción y que se ofrece como un mismo recurso esencial, en todas las formas deliberadas de la misma”. A esa demostración se dedica en seguida, empezando por una crítica de la concepción corriente que separa como distintos, y aun antagónicos, el arte y la ciencia. Concluye: “Ciencia es la conquista operada por el esfuerzo artístico en el sentido de conocer”.2)

Refiere luego al caso de la ciencia una distinción que más tarde será muy grata a Dewey, entre el arte como esfuerzo, instrumento o recurso, y el arte como resultado, obra o producto. En su concepto, el verdadero arte es el primero, pero no se ejercita sino con vista al segundo.

En el caso de la ciencia ocurre lo mismo: “La ciencia es el resultado final y definitivo de cada orden de esfuerzos intelectivos, deliberados y, por lo mismo, artísticos. Es arte evolucionado. Antes de que se haya podido llegar en cada línea de cada rama investigatoria a su punto terminal científico, ha sido menester acumular pacientemente observaciones bastantes para permitir una síntesis. La ciencia se presenta así como un resultado del esfuerzo artístico […]. El arte aplicado al conocimiento tiende a operarla evolución final en cada senda, ampliando los dominios de la ciencia, mejor dicho, los del hombre, y se ofrece así como «arte de conocimiento» que ha llegado al término de su evolución”. Y todavía llega un instante en que la verdad científica adquirida (arte evolucionado) y la investigación científica en acción (recurso artístico), “se traban y confunden de tal modo, que es difícil determinar la línea de separación entre ambos dominios: en la experimentación preparatoria de los laboratorios, el investigador va utilizando el conocimiento, a la vez que el recurso artístico, y se vale de lo uno y lo otro para ampliar el conocimiento”.3)

Si el libro de Figari, aparecido en 1912, lo hubiera sido en inglés, nadie hubiera vacilado en afirmar que Dewey escribió bajo su influencia. Tan notable resulta la similitud de la orientación general y de las tesis particulares. La falta de fundamento de una distinción esencial entre las bellas artes y las artes útiles, y entre el arte y la ciencia, así como también lo infundado del exclusivismo estético de las llamadas bellas artes, es precisamente el tema del capítulo IX de la citada obra de Dewey, titulado “La experiencia, la naturaleza y el arte”.

El propio Dewey, en su prefacio, presenta a dicho capítulo con palabras que podrían servir cabalmente para presentar las dos primeras partes del libro de Figari:

“La más alta incorporación, por ser la más completa, de las fuerzas y operaciones naturales en la experiencia, se encuentra en el arte (capítulo IX). El arte es un proceso de producción en que se reforman los materiales naturales con vistas a consumar una satisfacción mediante la regulación de las series de acontecimientos que ocurren en forma menos regular a más bajos niveles de la naturaleza. El arte es «bello» en el grado en que resultan dominantes y ostensiblemente gozados los fines, los últimos términos de los procesos naturales. Todo arte es instrumental en el uso que hace de técnicas y útiles. Se muestra cómo la experiencia artística normal implica el dar un equilibrio mejor que el que se encuentra en cualquier otra parte, sea de la naturaleza o de la experiencia, a las fases de consumación e instrumental de los acontecimientos. El arte representa, así, el acontecimiento culminante de la naturaleza, no menos que el clímax de la experiencia. Dentro de este orden de ideas se hace la crítica de la tajante separación que se establece usualmente entre el arte y la ciencia; se arguye que la ciencia como método es más básica que la ciencia como tema, y que la investigación científica es un arte a la vez instrumental por el dominio que da y final en cuanto es un puro goce del espíritu”.4)

El mismo disgusto por la situación conceptual reinante en la materia, se halla en el punto de partida espiritual de uno y otro autor. Figari: ”[…] en lo que atañe al arte se ha reproducido la vieja historia de Babel. Nadie se entiende […]. Hay una vaguedad desesperante en todo lo que se refiere a arte y estética […] la obscuridad y la confusión que reinan en todo lo que atañe al arte y la belleza […]”.5) Dewey: “Hoy en día tenemos una mescolanza de conceptos que no son coherentes ni unos con otros, ni con el tenor de nuestra vida real […]. La confusión, considerada como un caos por algunos, que reina al presente en las bellas artes y la crítica estética…”.6)

Confróntese ahora con lo que se ha visto de Figari, los siguientes pasajes de Dewey:

“Establecer una diferencia de género entre las artes útiles y las bellas es, por tanto, absurdo, puesto que el arte entraña una peculiar compenetración de medios y fines […]. El pensamiento es eminentemente un arte; el conocimiento y las proposiciones que son los productos del pensamiento, son obras de arte, no menos que la escultura y las sinfonías […]. Del método científico o del arte de construir percepciones verdaderas se afirma en el curso de la experiencia que ocupa una posición privilegiada en el ejercicio de otras artes. Pero esta posición única no hace sino darle con tanto mayor seguridad el puesto de un arte; no hace de su producto, el conocimiento, algo aparte de las otras obras de arte […]. Cuando se haya desarrollado un arte de pensar tan adecuado a los problemas humanos y sociales como el que se usa para estudiar las lejanas estrellas, no será necesario argüir que la ciencia es una de las artes y una más entre las obras de arte. Será bastante señalar situaciones observables. La separación de la ciencia respecto del arte y la división de las artes en las que se ocupan con simples medios y las que se ocupan con fines en sí, es una máscara de la falta de coincidencia entre el poder y los bienes de la vida”.7)

Eso en cuanto a los conceptos de arte y de ciencia. Pero la misma analogía se manifiesta a propósito de los conceptos de belleza y de estética. Puede verse, a vía de ejemplo:

Figari: “Con una gratuidad indescriptible siempre se ha entendido que son bellos el poema, el cuadro, la estatua, ciertas cosas y aspectos de la naturaleza; pero que no son de igual modo estéticos el invento, el descubrimiento, la obra científica […]”.8) Dewey: “Cuando los creadores de tales obras de arte [del llamado arte bello], tienen éxito, tienen también títulos para merecer la gratitud que sentimos hacia los inventores de microscopios y micrófonos; a la postre, franquean nuevos objetos que observar y gozar. Éste es un verdadero servicio; pero sólo una edad de confusión y vanidad a la vez, se arrogará el derecho de dar a las obras que acarrean esta especial utilidad el nombre exclusivo de arte bello”.9) Figari: ”[…] hasta los filósofos más eminentes han sentido los efectos sugestivos del prestigio tradicional en lo que atañe a estos asuntos, según lo revelan sus propias disquisiciones magistrales, en las que se sustenta el antiguo dictamen sobre el arte y la belleza como manifestaciones sublimes, cuando no milagrosas, semi-divinas”.10) Dewey: “Pues estos críticos, proclamando que las cualidades estéticas de las obras de arte bello son únicas, afirmando su separación no sólo de toda cosa que sea existencial en la naturaleza, sino asimismo de todas las demás formas del bien, proclamando que artes tales como la música, la poesía y la pintura tienen caracteres que no comparten con ninguna cosa natural, sea la que sea, afirmando estas cosas, llevan estos críticos a su conclusión el aislamiento del arte bello respecto del útil, de lo final respecto de lo eficiente, y prueban así que la separación de la consumación respecto de lo instrumental hace del arte algo completamente esotérico”.11)

Una común raíz filosófica explica las coincidencias de Dewey y Figari en las materias del arte y la estética. Está constituida ella por la inspiración inmanentista naturalista y biologista de uno y otro autor. El hombre empieza por ser parte de la naturaleza física y animal, y el arte, en su acepción genérica, no es sino su gran medio de acción sobre esa misma naturaleza. El conocimiento, la ciencia, quedan subsumidos en el arte, por cuanto elIos también son respuestas de significación biológica para la conciencia sometida a las tensiones y distensiones de la vida. Pero por eso mismo, el arte y la belleza no son entidades sobrenaturales o esotéricas, determinadas por un concepto trascendente de lo “espiritual” o lo “ideal”. Tienen con la naturaleza la comunidad que con ella tiene todo lo humano, incluso eso que se llama el ideal y el espíritu. De aquí, en Dewey y en Figari, una axiología naturalista, inseparable a su vez, en uno y otro, de una antropología y una metafísica del mismo cuño.

La obra de Figari, que por algo se titulaba Arte, estética, ideal, se coronaba así por una teoría del ideal, para la cual éste no es más que la aspiración a mejorar, determinada por el instinto orgánico en su empeño de adaptarse al ambiente natural. No es establecido o preestablecido por un orden independiente de la experiencia, desde donde haga sentir su imperio con valor absoluto sobre el espíritu humano. Lo crea el hombre a impulso del anhelo orgánico que lo aguijonea constantemente, y cambia tanto como cambian las solicitaciones de ese mismo impulso, a la vez que el propio hombre y sus medios y arbitrios de acción. La axiología empirista y relativista que de aquí resulta, armoniza íntimamente con la concepción del ideal y del valor que corona también el libro de Dewey, y que, con referencia a la estética, reaparece luego en El arte como experiencia. No es el ideal una entidad escindida de la naturaleza, generando aristocráticamente, por inspiración misteriosa, las creaciones del arte, sino continuidad y desarrollo de la naturaleza misma, con raíces profundas en la existencia, a la que ilumina, orienta y perfecciona desde adentro.

Se acostumbra señalar como rasgo característico de la filosofía latinoamericana, el rechazo del naturalismo y la preocupación por los temas del hombre y la cultura. La verdad es que en un sector de ella se ha perdido por completo hasta el sentido de nuestra pertenencia a la naturaleza, no ya la fidelidad que, en el decir conmovido de Dewey, le debemos.

El exclusivismo culturalista en que por ese lado se ha caído –tan pernicioso como el exclusivismo naturalista

1) Págs. 312 y 292 de la edición española, traducción de José Gaos, México, 1948.
2) Arte, Estética, Ideal, Montevideo, 1912, págs. 16 y 18.
3) lbídem, págs 20 y 22.
4) John Dewey, obra citada, prefacio, pág. XVII. Estas mismas ideas estarán más tarde presentes en el libro de Dewey El arte como experiencia, cuya primera edición inglesa es de 1934 (traducción española de Samuel Ramos, México, 1949).
5) Arte, estética, ideal, cit., t. I, pág. 27, t. II, págs. 25, 28.
6) La experiencia y la nature!eza, cit., pág. 291, 316.
7) Ob. cit., págs. 307 a 309, 312.
8) Arte, estética, ideal, cit., t. II pág. 132.
9) La experiencia y la naturaleza, cit., págs. 319-320.
10) Arte, estética. ideal, cit., prefacio, t. I, pág. 7.
11) La experiencia y la nature!eza, cit., págs. 316-317.