¡Esta es una revisión vieja del documento!
Breve presentación de Figari como pintor, dando cuenta de las consecuencias vitales complejas que esa opción suya conllevara.
Argul, José Pedro - Pedro Figari o la alta cultura rioplatense, en Proceso de las artes plásticas en el Uruguay. Desde la época indígena al momento contemporáneo. Barreiro y Ramos, Montevideo, 1975, pp. 167-176.
PEDRO Figari y Rafael Pérez Barradas, o como más se le conoce, Rafael Barradas, dos importantes artistas uruguayos, entran con retraso en la vida de la pintura nacional; Figari; cuando pasados los 60 años se le considera en su profesionalización
de pintor; Barradas cuenta desde el regreso de España ya próximo a su muerte.
Curiosa, sumamente curiosa la vida y la obra de don PEDRO FIGARI. Nació en Montevideo en 1861. Aislada esta obra como la de ningún otro artista nacional precisamente porque fue convencidamente uruguayo, por haber desarrollado su alto intelecto en exploraciones de una cultura rioplatense, un caso de rara cultura por el esencial dominio de los ingredientes más propios y la sabiduría que emana de su expresión que corre como linfa sin esfuerzos.
La vida de este pintor, como la de todo creador genuino, tiene sus características singularísimas. Entre las de Figari se destaca su radical cambio de ubicación social y oficial, que constituye una excepción en la existencia de sus notorios compatriotas. Califica Ortega y Gasset al intelectual de hombre “preocupado”; para el pensador español el político es el hombre “ocupado”. Figari desempeñó las dos actividades, pero puede decirse, si nos atenemos a la más objetiva apreciación de su quehacer, que ha invertido los períodos tal como la lógica establece y la vida ciudadana los suele ordenar.
Harto frecuente es que el hombre inquieto de ideales o simplemente de nombradía, en busca de vocación, comience por escarcear en las letras o en labores artísticas para luego abandonarlas por la prédica partidaria del político. La verdad es que el hombre opina con más facilidad cuando se encuentra requerido y movido por las eventualidades de los sucesos públicos; más difícil y de mayor esfuerzo mental es la labor del artista, sumido siempre en la investigación de nuevas formas, únicamente incitado por sí mismo. Figari describió la trayectoria opuesta. Hombre evidentemente social, gozó en su juventud de la simpatía de los triunfos. Primero fue profesional universitario, sobresaliente en el derecho penal como defensor de inculpados en causas célebres de su tiempo; letrado del Banco de la República; funcionario en el alto cargo de Inspector de la Escuela de Artes y Oficios del país, donde por sus directivas quiso ensayar el estudio del desarrollo decorativo de los elementos de la fauna y flora nativas; político que ocupara la banca de representante nacional.
Toda esa actividad social, que cumplió tan destacadamente, llegando hasta abarcar la diplomacia, fue vivida por Pedro Figari con un parejo interés por las actividades intelectuales del puro y gratuito ejercicio. Fue ensayista de la belleza en su libro Arte, Estética, Ideal publicado en 1912, testimonio de la inquietud de sus problemas creativos más generales. Autor de razonamientos sobre belleza o manifestándose sensiblemente como los poemas “El arquitecto” ( 1930), su pensamiento fijado en palabras forma una notable unidad con su plástica, ya que sus libros pueden ser leídos en su pintura. Los escenarios de largos horizontes en los que los seres se integran en el paisaje señalan el credo panteísta como el mensaje último de un artista filósofo. Comprendiendo como pocos en qué grado las artes representan la sabiduría del pensamiento humano, supo compendiar todas sus ideas, fragmentadas en actividades múltiples, en la unidad visual del cuadro pintado.
En su ecuación personal, la pintura iguala la suma de numerosas experiencias en el trabajo constante y variado de persona culta. Confiarse así, como lo cumplió, con entrega total a las artes, tan llenas de incertidumbre, tan difíciles para los juicios definitivos, tan proclives al descontento íntimo de quienes las ejercen; darse enteramente a soltar sus preocupaciones después de haber sido solícitamente ocupado por su sociedad, es sencillamente haber realizado un acto heroico. Porque este inteligente personaje que conformaba muchos adeptos a su derredor sabía que por ese tránsito se ubicaba en cierto modo frente a esa sociedad en el lugar incómodo del inconformista. Al iniciar decididamente su entrega a la pintura, la conciencia debió serle clara sobre el destino futuro, pues no podía ignorar su inmersión voluntaria en el descrédito ante los círculos y mundo oficial en que actuaba, el abandono total de los halagos fugaces y de la suspensión en su país, por un largo lapso, de su condición popular de prohombre, todo lo cual sucedió.
§ Por otra parte, hasta el momento de su decisión hacia la pintura, los círculos artísticos a los cuales iría a integrar no le estimaban más que como aficionado, como persona destacada, brillante, que amaba la pintura. En consecuencia, era un aficionado, un “amateur” distinguido. En general el artista plástico profesional es condescendiente con el hombre ilustrado; más aún con el universitario que le muestra sus obras. Tiene para él palabras de estímulo, le concede fácil halago y ha de reparar en menos defectos que el crítico, pero siempre y cuando no pretenda salir de esa categoría del pintar como entretenimiento. En una correspondencia del año 1919 enviada al pintor José Cúneo para felicitarlo por unos recientes cuadros expuestos, Figari se coloca en una situación de ''dilettante”. Comprensivo admirador de otros pintores, declarándose en categoría neófita no reciben sus pinturas combativas negaciones, como tampoco se divulgan sus méritos.
El estigma del aficionado le acompañó en la consideración ajena más de lo debido; su título universitario molestaba la estimación profesional de su pintura. Se le llamó repetidamente ingenuo, ¡a él! el más docto y culto de la pintura rioplatense, el artista que trabajó sobre una organizada visión intelectual - por comprensiva - de su medio, a la vez que altamente artística.
Había ejercido el afecto a la pintura desde muy joven. Hay deliciosos apuntes suyos al óleo antes del fin de siglo. Hay acuarelas que reproducen aspectos de Montevideo antiguo, de seguro y correcto dibujo descriptivo y tono pictórico. El “Autorretrato con su mujer” de recién casados, es del año 1890. Tiene en sus comienzos el gusto italiano del 800, que era el que en la época se importaba a Montevideo. Luego Anglada Camarasa, a cuyo taller de la Academia Vity, en París, concurrían destacados pintores uruguayos, el citado Cúneo, Arzadun, Rosé, en la segunda década de este siglo, influyó en Pedro Figari por su color enjoyado, preciosista y por el arabesco dibujístico que coincidía a maravillas para trazar la abierta trama del ombú criollo. En algún momento las armonías de este artista son aún más audaces, libres y francas apoyadas en las gamas claras de los pintores uruguayos de la época pianista. Finalmente los neoimpresionistas franceses del grupo intimista, de los que había hermosísimos cuadros en la casa de su amigo el pintor Milo Beretta, le sirvieron para ajustar el lenguaje necesario para dejar en leyenda su relato de un pasado rioplatense, descripto a trazos sueltos, pero definidos a sus propósitos de una interpretación evocadora de paisajes, escenarios y personajes.
Antes de 1921, fecha en la que ratifica su decisión por la pintura, ya había esbozado la imagen de los aborígenes, agoreramente inmóviles, clavados a su suelo, junto a rocas o en llanuras en medio de vastos horizontes, por falta de medios para desplazarse en las largas distancias. Había glosado con culta admiración la figura del gaucho siempre altivo, en el campo libre, en peleas o amoríos; a pie o a caballo. Tenía ya formulada la chanza cariñosa con los negros, siempre disfrazados, tanto en las fiestas como en los velorios. En el negro disfrazado de negro como lo pintó Figari, se cifra todavía hoy el mayor interés de los carnavales montevideanos. Era más duramente satírico, llegando a veces a la crueldad, en la concepción aguda de los ambientes ciudadanos, donde se hallaban las personas de su mismo medio social, a las que aludía en el recuerdo de las cursis veladas artísticas de los salones de otrora, cuyos descendientes en seguida irían a vociferar contra el estilo de un pintor más que contra la ironía, que posiblemente no sería entendida.
Cuando Figari estructuró toda la creación de su arte, tras larga meditación y paciente recato, fue a Buenos Aires a producir. Allí vivió cuatro años, pintando sin reposo. Del ejercicio salió su incomparable estilo, porque en la pintura también la mano piensa.
§ Figari desde Montevideo parte con su vocación ya marcada y al instalarse primero en Buenos Aires ( 1921-1925) y luego en París (1925-1933) más que buscar el sustento de ideas procura aspirar el aire inteligente de la comprensión.
Creación y producción. Figari separó perfectamente estos dos tiempos de la obra de los artistas, que establecen distinciones definitivas y que en el presente tienden a confundir por el apresurado deseo de uniformidad de expresiones, considerada como conquista del artista moderno. Todo horizonte que presenta un nuevo pintor señero es recorrido inmediatamente por multitud de colegas de todos los países sin conciencia de temores. Es verdad que el tiempo universal del arte moderno permite que hoy se mire a esos soles de frente no bien amanecen, como es cierto que en otros momentos anteriores se contentaban los pintores colectivistas con dibujar las espaldas de los astros en declinación. En una rápida actitud para la liberación de dudas y eliminación de las angustias y tedio de las esperas por las nuevas expresiones del devenir, se consume con apresuramiento ·en una hora de entusiasmo lo que debería ser producto de más larga convicción. Apenas capacitados para la identidad en la apariencia creativa - desde luego inédita, brusca, llamativa, poderosamente diferenciada como ocurre con los cambios evolutivos de las artes actuales - con urgencia que sobrepasa todos los asombros, el artista produce. Su adhesión es tan total que es imposible detenerlo en sus ansias. Ya no investiga: produce en esa nueva devoción, nada aporta ni matiza a la expresión que lo imanta; su pasado, su ayer inmediato, otro culto anterior no lo retiene: produce en la nueva manera y repite 20 ó 30 veces un mismo ejercicio para cumplir la exposición personal solicitada y responder a las invitaciones de los cada vez más numerosos certámenes nacionales e internacionales con rostro anual diferente.