I. Pedro Figari en hipertexto

¡Esta es una revisión vieja del documento!


Bollo, Sarah - "Pedro Figari", en Revista Nacional, año 5, nº 49, Montevideo, enero de 1942, pp. 114-118.


PEDRO FIGARI

Pedro Figari, el gran pintor americano que traspasa a sus telas en la gama riquísima de su color encendido toda la vida colonial del criollismo y el negraje sudáneo, reune en su personalidad múltiple los más opuestos dominios del arte pictórico. Pintores hay que saben avasallar con voraz descubrimiento de pupila la escala numerosa del color dando del matiz y de los colores primarios igual sabia distribución en la creación pictórica; otros manejan con maestría el pincel que da existencia con brioso movimiento al ritmo de la acción y de la vida; otros surcan en la línea y el perfil todo el misterioso y hondo relieve que denuncia en la figura la contextura real y animada. Figari en su admirable y gozoso desdibujo donde desdeñosamente pasa sobre la línea, sin trazarla para no dar marco escueto y muerto a sus figuras, posee en el más alto grado que pudiera ambicionarse, la pujanza extraordinaria del movimiento que acusa vida, acción, ritmo, vértigo, y la lujosa riqueza del color que labra, esculpe, delínea o adivina.

El movimiento en Figari está conseguido con tal maestría que basta a veces una figura para sentir la grandeza de su concepción artística; la gran dama que sonríe casi sin rostro y que coquetea con un leve golpe de abanico; el candombe de los negros donde una figura apenas eshozada tiene más acusación y vida que si estuviera tallada en mármol; el baile gaucho donde el brillar de una espuela y la orilla de un poncho dicen la honda nostalgia de la música que zarandea y hace lánguidos los cuerpos. Ese movimiento frenético o suave, encendido o liviano que cruza todas sus creaciones, señala a Figari como el más alto animador de figuras del tiempo presente.

Por otro lado la lujosa gama de los colores que estallan radiantes de fiebre, o languidecen en suavísimos matices; toda la sabia percepción del color, matiz, tono, destello, luz y sombra, que se combinan o se repelen, que dan en los distintos momentos de su pintura el clima trágico, emocionado o alegre de su alma siempre asomada y presente en sus cuadros. Colorista extraordinario, sabe ser fuerte o suave, decidido o vacilante, gozoso o triste, compacto o tenue, dando a cada figura su naturaleza y a cada hora su sentimiento.

La inspiración de formas está sólo en Figari en la factura pero no en la realización final; sobre la tela hay un esquematismo de desarticuladas líneas vagamente realizadas pero esa realidad tan exigua se compone en el camino que va del cuadro a los ojos y llega al espectador como un trozo radiante de vida y movimiento, un torso completo y acabado, una cabeza viril y enhiesta, una pierna torneada y aguda. Ese esquematismo que podríamos llamar realización por trazos esenciales es lo que opera esa autocreación de las figuras semiexpresadas por el pintor, que si no tienen realidad acabada en la tela han tenido en el proceso creativo del autor una cerebración perfecta de vida con un ciclo evolutivo tan profundamente conseguido como los cuerpos de la vida real consiguen en su marcha hacia la muerte.

Asombra sobre todo ese correr entre las más distantes metas de la técnica y de la emoción en el sentido del cuadro, del color al movimiento; del técnico al poeta; del humorismo a la tragedia; del subjetivismo a la realidad. Y siempre él mismo, con su personalidad indestructible y entera, con el sello de su maestría en que no sigue a nadie y va abriendo un camino que ninguno recorrerá como él porque ha creado un mundo que es suyo absolutamente.

Impresiona la potencia de su subjetivismo que desbroza en las ocultas regiones de la conciencia las más lejanas zonas del recuerdo para vestirlas de realidad artística. Su obra trasciende esas inusitadas vetas del recuerdo donde por la unión de las formas captadas de la realidad y trabajadas en la oscura recámara del ensueño se va plasmando un nuevo mundo real que es más verdadero y más vívido que el de afuera porque tiene la extendida pauta de lo posible y la original anuencia de lo probable. Su subjetivismo se hace fuerte, mismo donde el elemento real y objetivo parece triunfar en un rasgo que grita el ensueño, en un tono que denuncia la ilusión, en un movimiento que acusa la cerebración consciente porque la figura se ha detenido en el momento no contemplado en la realidad sino creado por su potente intelección.

De aquí se obtiene esa extraordinaria resultancia de que siendo tan subjetivo sea al mismo tiempo un pintor de realidades pasadas; no un historiador sino un reconstructor de lo muerto; no imita sino que crea; por eso la vida vertiginosa de su obra.

Esa valoración del recuerdo y recreación de épocas hace de Figari un pintor que une el tradicionalismo del tema con el revolucionismo de la técnica. Nuevo encuentro de su doble naturaleza tan armónica y completa. Los valores temáticos al través de sus obras se repiten pero no en su integridad sino más bien dando distintas fases de la vida del coloniaje. Tiene Figari en su creación pausada (no lenta sino por etapas) y reconstructivamente de instantes distintos, la naturaleza fluyente y continuada del film donde un perfil se sobrepone al otro y una escena se engrana a la anterior para encauzar la misma gracia de la vida animando una sola larga y grande escena. Sería interesante que el mismo creador nos contara cómo crea y estoy segura de que nos hablaría de un film continuo y vertiginoso que une detrás de sus ojos en la oscura pantalla de la conciencia toda esa vida del coloniaje ya desaparecido que vuelve a vibrar sólo para él con la riqueza más vasta y sostenida.

Esa misma faz dual de su temperamento que no es desintegración sino al contrario perfección por unir distintas capacidades, se nota en la equivalente maestría con que trata los asuntos de interior, salas o patios, y temas de exterior, campos y árboles. Igual soberanía lo acompaña en el traslado de las cosas muertas que viven bajo su pincel que en la animación de figuras humanas o animales. Pinta la vida en toda su universal grandeza y no demuestra amor parcial por la naturaleza o el hombre. En Figari el elemento muerto y el vivo se unen para dar una sola realidad, completa para él en la integración de la naturaleza y el hombre, del caballo y la nube, del árbol y el perro. Si el hombre aparece en todas las situaciones y los movimientos, la naturaleza renace bajo su mano con integral fisonomía y con la cambiante gama de sus aspectos poliformes.

Además de ser pintor es un gran poeta que expresa los más hondos sentimientos; una onda de emoción restalla impensadamente de su pincel.

Unido a esa manifestación lírica se expresa a veces la poetización tan lograda de la naturaleza donde desde la realidad pasa al ensueño dando en nubes, lunas y cielos, contornos de una intención emotiva y tierna, como si los paisajes poseyeran alma y en lenguaje mudo pero vibrante dijeran la íntima esencia de sus sueños.

Muchas de sus telas denuncian una gran facultad para colectivizar las emociones; grupos numerosos de figuras humanas de donde nace la expresión de un sentimiento único, de fiesta, de risa, de muerte, de lento éxodo, de melancolía. Es el sentimiento propio expresado por medio de los grupos humanos donde con la más variada y rica pluralidad se compone una unidad armoniosa.

Pero si esa colectividad es noble en fuerza y donaire no es menor en mérito la expresión de emociones por el signo único, que Figari logra con el ombú solitario y doloroso, con el rancho abandonado, con la carreta varada, con el animal pensativo donde la soledad llora, grita, impreca y suspira. La multitud y la soledad le sirven para igual destino de expresión: a veces la multitud expresa soledad y a veces la soledad descubre multitud. Siempre su naturaleza múltiple y notable, por completa.

Figari es sobre todo un gran humorista y un pintor que cultiva la sátira social. Como demostración de esta verdad están sus innumerables cuadros de interiores en que presenta la vida social del patrón o del siervo negro o gaucho, teñida de un fuerte sentido de gracia y de ridiculez; pero siempre hay en sus escenas un humorismo comedido y tierno, no duro y violento o procaz, sino melancólico, como de frase que tuviera suave dejo de risa y nunca carcajada. Sus cuadros de coloniaje, sus candombes y sus gauchos expresan enteramente ésa su intención satírica en que luchan el humorismo con la sentimentalidad, triunfando ya uno, ya otro; tanto que en algunos cuadros como «Fatalidad» la figura de la bestia solitaria no se sabe bien si dice desolación o desgarbo. Ese sentido humorista a veces se trasluce, no ya en el conjunto sino en breve detalle, en un rabo enhiesto, en una pierna torneada, en un sombrero extendido. Otras veces todo el grupo humano configura el movimiento que despierta el humor, la gracia, la risa, porque inusitadamente hay en la expresión de los cuerpos algo qne denota que al pintarlos el autor soñaba gozosamente con divertidos espectáculos.

Su esquematismo que hace de los cuerpos humanos un brevísimo diseño, acusa un hondo sentido de espiritualidad no dando al aspecto material más que un leve «chance» de vida y buscando expresar con certera profundidad la esencia íntegra del espíritu. La apariencia material es para él sólo envoltura sin trascendencia donde se hace presente con concentrado fuego el signo interior de la vida, no en peculiar e individual idiosincracia de la personalidad que sería inadecuada a la humildad de sus personajes, sino en vida común de raza o clase social. Sus figuras representan una época o una clase con hondo conocimiento ambiental pero alejado tanto del individualismo aristocrático, como del populismo revolucionario y reivindicante del mexicano Rivera con sus frescos indios. Fígari es, no un revolucionario en la ideación, sino un tradicionalista recreador de temas coloniales y de épocas antiguas, siendo su libertad únicamente realizada en la técnica. No hay en él un reformador social sino el fino espíritu de un poeta satírico que domina con maestría el secreto difícil del movimiento y del color más que la ciencia de la palabra.