I. Pedro Figari en hipertexto

¡Esta es una revisión vieja del documento!


Carta de Figari

La Cruz del Sur, nº 19/20, enero-febrero de 1928

Desde París, donde residía, Figari les escribe a los jóvenes editores de la revista literaria montevideana La Cruz del Sur, comentándoles alguna de sus lecturas y ofreciendo, en dos carillas, un sugestivo documento, personal, reflexivo y crítico, acerca de los años y circunstancias de entreguerras, sus movimientos culturales e ideológicos.

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Le Temps, 15 Septembre 1927

CARTA DE FIGARI

París, 15 de Setiembre de 1927 (publicada en La Cruz del Sur, nº 19/20, enero-febrero de 1928)

A mis amigos de “LA CRUZ DEL SUR”:

Habrán leído Uds. el comentario de Paul Souday Le Temps de hoy, cuando lleguen estas líneas a Uds., si se reparten los impresos antes que las cartas, según creo, y si no, léanlo. En cuanto a los Guillot Muñoz, lo devorarán. Pero, pienso que es preciso rumiarlo, y rumiarlo a fondo, por cuanto solo lo que hay de verdad cierta, puede prosperar: lo demás va y debe ir al canasto.

Hecha esta referencia, quiero hablarles de otra sección del mismo diario y de la misma hoja: Les Revues. Se hace ahí una crónica relativa a la poesía proletaria, bolchevique, con motivo de un artículo aparecido en la copetuda Revue des Deux Mondes.

Veo que, como siempre, se hace más cuestión clasificatoria que substancial. Si bien vivo al margen de esto y de todo, mirando desde mi ventana a la manera de las viejas criollas, curiosas y desconfiadas; atando cabos y hasta cabitos para hacer mi crónica y charlas de lo que ocurre en el barrio, mate en mano, sin roscas ¡ay! para ir conversando con la boca llena, que ya es algo cuando hay tantas cosas vacías, y vacío hasta mi rincón, donde vivo, por autofagia mental, sigo pensando que todo es poesía, por lo propio que todo es realidad y puede ser considerado poéticamente, ya sea con el aire ramplón del rústico, ya sea con las selecciones y complejidades del mental intenso. Y me digo: si así es lo cierto, no hay más camino que intensificarse y aguzarse, para penetrar, para comprender la realidad: realidad – misterio, que los incautos miran con ojos de vidrio y se declaran enterados sin más, claro que no entiendo por comprender dominar, ahí, donde a medida que se piensa dominar, aparecen nuevas fases del misterio integral; pero sí incidir tanto cuanto sea posible para ver más, y poder más.

Se diría que la característica de estos tiempos es el vivir apurados e impacientes, lo cual, en instantes en que tantos investigadores hurgan la entraña cósmica, hace que muy a menudo suenen a hueco nuestras paredes, las que quisiéramos que fuesen capaces de resistir definitivamente. En estos botones que trae de muestra el cronista, yo no acierto a ver elementos constructivos, sino demoledores. Luego, me digo: lo más que puede ocurrir es que esto abra paso, mas no que subsista por sí. La evolución es organismo, y selección constructiva, perennemente.

Se redargüirá que se trata de un espíritu revolucionario, pero esto no cuenta. Es preciso ver qué lleva por dentro ese espíritu como elemento capaz de incorporarse a la organización social: ahí está la médula a considerar. ¿Es simplemente una distribución, es dar “a la marchanta”, según dicen los chicuelos? Eso es utópico, arbitrario e injusto. ¿Es poner al alcance de los que trabajan y de los aptos los medios de prosperar, según sus aptitudes? Esto sería, ideal, lógico y justo. ¡Entonces!…

Lo que me sorprende es ver que nuestra ideología – o nuestra conciencia, si se prefiere – se pague aún de escuelas, de clasificaciones y palabras, en vez de ir hacia la cosa, la substancia, que es lo único que cuenta, y que cuenta sea cual fuera nuestra rebeldía para reconocerlo. Si todos los hombres se pusieran de acuerdo para admitir que una hormiga es una tachuela, verbigracia, no dejaría de ser hormiga, la hormiga, ni tachuela esa que nos sirve para fijar un papel en la pared. Los que salen perdiendo, siempre, siempre, son los que se equivocan, a no ser una socorrida casualidad.

Por muchas vueltas que se den, no se encontrará un régimen bueno para ningún pueblo, hasta que no se encuentre el mejor, para ese pueblo; y por mucho que se excogite, no se hallará una institución fructuosa, mientras no se halle bien atendida y aplicada, esto es, con competencia y probidad. ¡Entonces! Entonces resulta que es el hombre, es su conciencia lo que es preciso considerar, y no su nombre o investidura. Lo propio ocurre para el artista, cualquiera sea el sector que cultive, cualquiera sea la función que desempeñe: es esa la clave de todo este movimiento convulsivo actual en la vida, en las artes, en todo todo, todo… pero ¡no se ha dicho! No se ha dicho porque no se ha pensado con libertad mental; se ha pensado con el cerebro cargado aun de quimeras y rancias filosofías, incapaces de convivir con los tiempos. Es un fenómeno de desconexión entre la ideología y la realidad, lo que nos tiene aturdidos en el mundo, sin saber qué pensar, qué decir, qué hacer.

Nada hay más difícil de comprender, según se ha dicho, que lo simple y claro. Es que no es fácil comprender, cuando miramos desde el entrevero de una mentalidad que arranca, sin rectificaciones de fondo, del tiempo de las cavernas. Todavía pensamos que la belleza tiene objetividad, como el arte, si bien esto es un desatino; todavía entendemos que la ciencia es algo más que saber, lo cual es otro desatino; todavía hablamos de bellas artes, de artes menores, etc. sin caer en la cuenta de que todo eso ninguna significación tiene. ¡Cómo sería posible un ordenamiento en la Naturaleza, cuando se desconoce tanto! Es como si un farmacéutico tuviese que atender a sus clientes, cuando los rótulos de sus frascos se han trastrocado. Esta situación demanda, lógica y perentoriamente, que se proceda a una revisión y un ordenamiento, y lo propio hemos de hacer hombres, pueblos y razas, si hemos de marcar el paso en la evolución.

Cada día más se advierte el desconcierto: todos tienen razón y piensan todos en contra. Se diría que el problema político, lo propio que el social y económico, - si acaso pueden separarse estos términos fuera del papel – se halla planteado así: los conservadores comprenden que no tienen toda la razón, pero no saben qué razón les falta, y los avanzados saben que tienen un derecho, pero no saben cuál es, para hacerlo valer. Hoy día, estamos frente a un mal entendido. Basta leer lo que ocurre en Ginebra, para ver el caos junto a la buena voluntad. Se vive en el mismo caso conyugal de la incompatibilidad de caracteres, frase que pretende decir mucho, y nada dice, como no sea implicancia y desinteligencia. El caso sería saber en qué consiste el fenómeno, para hallar remedio, o para saber que no lo tiene.

Vayan viendo, mis jóvenes amigos, la serie de bautismos que se han tenido que celebrar con este chico, tan chillón como informe, que es el concepto moderno artístico-estético. Ningún nombre le sienta, sencillamente porque el chico no es, es puro berrido. ¡Oh, si hubiese una idea honda, congruente y orgánica por dentro! Es como si tuviese vértebras el niño, que andaría y correría con cualquier nombre.

Nos hallamos en pleno período revolucionario, sin saber a qué responde la aspiración: esa es la causa del caos mundial en estos días, caos complexivo, por lo propio que es ideológico.

Pero, siendo tan claro y sencillo el fenómeno, por muy entendido que sea, cuesta verlo. Querríamos que lo explicasen las filosofías arquitecturadas sobre una base que no puede ya ser nuestra, debido a que hemos ido acumulando elementos tales como los que suministra la investigación científica, ignorados por fuerza, y ajenos a los cerebros que las edificaron. Es con otro criterio que es preciso encarar un misterio que va cambiando de fisonomía, a medida que se explora.

Pongo estas reflexiones, que voy haciéndome a medida que con mi pluma, a ese conjunto de brillantes y tenaces estudiosos y artistas de Cruz del Sur, y con esto distribuyo apretones cordiales de manos, bien amistosos.

PEDRO FIGARI

13, Place du Pantheón (5e).

LE TEMPS, 15 de Setiembre de 1927. Sección Les Revues.

El Sr. Serge de Chessin plantea, en Le Revue des Deux Mondes, una cuestión que puede parecer algo descabellada: ¿existe una poesía proletaria? El partido comunista ruso decretó que existía. Su famoso comité central ha “creado” la poesía proletaria, como ha creado la Tcheka y la armada roja, por una decisión del 1º de Julio de 1925. Constatando la entrada de Rusia en un pleno periodo de revolución cultural, el comité central del partido comunista ruso proclamó que “la literatura nueva, proletaria y campesina, desde sus manifestaciones embrionarias hasta sus producciones superiores e ideológicamente conscientes, caracterizan de la mejor manera el progreso de este movimiento cultural de masas obreras”. El comité añadió que “la lucha de clases debe continuar en la literatura como en todas partes”, que no existe ni puede existir el arte neutro en una sociedad de clases, y que “el deber del proletariado consiste en apoderarse de sectores cada vez más numerosos en el frente ideológico”.

El Sr. Serge de Chessin señala que este galimatías pretencioso se reduce, en definitiva, a desencadenar la guerra civil en literatura, para someterla a la dictadura del proletariado. En efecto, el comité central comunista considera que “la alta dirección del dominio literario corresponde solamente a la clase obrera”. Es en virtud de este principio que el bolchevismo se ha asegurado una falange de rimadores mediocres, novelistas y publicistas encargados de “sovietizar” la literatura para el uso de la clientela revolucionaria. Es “proletario” todo escritor afiliado a la asociación de escritores proletarios, es decir, a la Vapp. ¡Cómo sorprenderse, bajo estas condiciones, de que la poesía proletaria –poesía de Estado- sea intocable!

Por haberse permitido criticar Los misterios bufos de Maiakovsky, el Sr. A. Livinsson fue obligado a abandonar en el acto Vie de l’art [La vida del arte], bajo la inculpación de “minar las bases del poder soviético y comprometer la producción revolucionaria”. Por otra parte, toda obra que no sea decididamente bolchevique es denunciada en seguida como subversiva por parte de la crítica, la cual en el régimen soviético depende de la Seguridad General y del Ministerio Fiscal. Como el Sr. Aichenwald, en su libro Poetas y Poetisas, había osado deshojar algunas flores sobre las tumbas de Fet y Toutchef , el Sr. Sosnovsky, miembro todopoderoso del comité central, escribió en Pravda: “Dictadura proletaria, ¿dónde está tu látigo? Debemos lapidar a los escritores con orejas de asno de la reacción, que se permiten practicar el arte por el arte”.

El resultado de todo esto es la pululación de escuelas y pléyades disputándose el monopolio de la estética comunista: los “presentistas”, los “construccionistas”, los “centristas”, los “bespredmetniki”, negadores de loe temas literarios, los “nitchevoki”, que proclaman simplemente la abolición de toda poesía, y un poco por encima de estos histéricos, los “napostovtzy”, que se agotan en dar ritmo a los versículos de Carlos Marx, el grupo de la “Kouznitza”, que es la “fragua” poética del bolchevismo, los “imagistas” y los “futuristas”. Esto ha hecho decir a un humorista rojo: “En lugar de la poesía de las fábricas, tenemos fábricas de poesía”. Al principio, fue el grupo futurista el que, a los ojos de los soviéticos, pareció realizar mejor las aspiraciones del comunismo artístico, ya que el futurismo fue, en el dominio literario, una especie de bolchevismo anticipado. Sin embargo, se produjo una reacción contra este movimiento, ejecutada por el Sr. Trotsky en una serie de artículos de gran repercusión donde calificó al futurismo como “producto de la burguesía en el ocaso de su carrera” y a los futuristas como “bohemia artística extraviada en la revolución”. Si se quiere un ejemplo de esta poesía proletaria, he aquí un poema de Maiakovski, la gloria de la escuela futurista rusa:

Aquí se eleva Desde las profundidades marinas Un comité revolucionario acuático. La guardia de gotas Los guerrilleros de las aguas Trepan Sobre la cresta De la trinchera húmeda Hasta el cielo Se lanzan hacia delante Y vuelven a caer Las olas juran Al comité central panacuático Que no abandonarán La espada de las tormentas Hasta la victoria Y así han vencido En pleno Ecuador Las gotas soviéticas El poder ilimitado

Y aquí, del mismo “poeta” Maiakovsky, impresiones de París:

El agua arde La tierra arde El asfalto Arde… Las linternas repiten La tabla de multiplicación… Si yo fuera la columna Vendôme Me habría casado Con la plaza de la Concordia

En el grupo “Kouznitza” hay dos hombres a quienes los críticos comunistas tienen por los grandes y auténticos poetas proletarios: Philiptchenko y Bezymensky. El primero se presentó a sí mismo en estos términos, a través de un poema: “Yo no soy solamente Philiptchenko; soy el proletariado, soy la alarma audaz de una santa demencia… Soy vuestro bardo y soy herrero”. Con un lirismo que no carece de acento, describe al proletariado de esta manera: “Somos la cabeza viva y clara – De toda la humanidad, de todos los milenios – Somos los pensamientos de una única frente prominante - Somos las letras del alfabeto mundial – Estamos encastrados, estamos entrelazados uno dentro del otro…”. Por otro lado Bezymensky, proclamado por Isvestia como un verdadero “poeta de clase”, exalta sobre todo al partido comunista. Una de sus estrofas dice: “el cosmos se encuentra en estos términos: el congreso del partido”. Él no duda en glorificar la Tcheka y sus crímenes:

La Tcheka, para mí, es un faro… Soy el primero en gritar: despedacemos a los enemigos Todas las balas de la Tcheka son mías… He tomado parte en la ejecución de todas sus víctimas

En el fondo, todos estos poetas proletarios, a fuerza de mentirse a sí mismos, terminan disgustados y avergonzados de vivir bajo tal régimen. Fue Essenine, agonizando, quien tuvo este último grito: “Rusia, querida mía, perdóname…”. Y fue Sobol, que había servido con toda su fe a la revolución, que había encontrado lo sublime incluso en el terror, quien escribió, antes de terminar con una bala en pleno corazón: “He tenido suficiente, ya no puedo vivir más. Tengo ganas de dormir, dormir eternamente. He arrancado de mi pecho a jirones esta revolución que poseía toda mi fe. Tal vez sea contrario a los principios del marxismo, pero creo que es conveniente entrar en el otro mundo con la ropa interior limpia…”.

Roland de Marais

(Traducción de Mariana Payssé Ojeda)