“MARTÍN FIERRO ha formulado tales preguntas a un calificado y numeroso grupo de
nuestros intelectuales, escritores y artistas, de distintas generaciones y tendencias. He aquí las primeras contestaciones sobre ese tema, que mucho interesa dilucidar a la juventud, por todo cuanto comporta como fundamento de su orientación espiritual y significa extremo de su presente inquietud. Agradecemos la amabilidad de nuestros corresponsales diligentes y esperamos la palabra de otros amigos y compañeros”.
Contestaciones a la encuesta de Martín Fierro, en Martín Fierro, segunda época, año I, nº 5-6, Buenos Aires, 15 de junio de 1924.
Del Dr. Pedro Figarl, pintor
1º. Ni concibo una raza, un pueblo, -no ya un hombre,- sin una sensibilidad y una mentalidad propias, bien que se les pueda concebir sin homogeneidad, y sin aspectos típicos prominentes. Dichos elementos, si bien constitutivos, se manifiestan según el grado de adaptación al ambiente, y según el grado de organización consciente que haya presidido a ese proceso natural. No será menester la enunciación de lo hecho ya por la mentalidad argentina, -obra que no se aprecia suficientemente por su misma dispersión,- para afirmar que hay una sensibilidad y una mentalidad argentinas inconfundibles. Y creo más: creo que la suma de iniciativas y de consecuciones, así como la obra preparatoria que palpita en todos los sectores de la actividad por debajo del esfuerzo ensordecedor del conjunto, es tal, que, si pudiese verse ordenada, nos asombraría.
Es cierto que una parte considerable del esfuerzo global está aún contraída al empeño de absorción y aprovechamiento de lo exótico, por trasplante, -lo cual habrá de servir también para mejor plasmar nuestra cultura autónoma, al tiempo de afrontarla derechamente, porque entonces se harán las selecciones y los ajustes pertinentes,- pero no es menos cierto que hay muchos espíritus consagrados al conocimiento del ambiente americano, y que, vueltos los ojos a él, sienten la necesidad de estructurarlo con criterio propio, razonadamente, desdeñando el prurito de imitación, por afectado e inferior. Así que estos núcleos puedan organizarse, podrá verse más claro que hay una individualidad argentina, fuerte y apta para realizaciones típicas: esta es mi opinión.
2º. Determinar las características de la sensibilidad y la mentalidad argentinas, resulta tanto más arduo cuanto que este pueblo no es ni puede ser homogéneo, dadas las condiciones geográficas del vastísimo y variado territorio que ocupa, dada su composición étnica, varia también, así como la forma irregular de su distribución. No basta la igualdad institucional para realizar la homogeneidad de un pueblo.
Si se tomase región por región, podría sí establecerse lo que hay de común y de diferencial, y se llegaría así a conclusiones de alto interés, siempre instructivas y conducentes. Para indagar las características aludidas, habría que tomar a la Provincia de Buenos Aires, la que, por contener a la urbe máxima, ejerce una gran influencia sobre las demás por irradiación. Se comprenderá que no pretendo, -y mucho menos apremiado como estoy por el tiempo y por el espacio, ambos breves, que exige la encuesta,- resolver este punto. Sólo me permito dar someramente una impresión, la mía, a este respecto.
Sobre la base colonial, constitutiva del núcleo postcolombiano destinado a perdurar, apareció el hijo del colono: “el criollo”, con espíritu propio. Influído por dos civilizaciones: la autóctona y la europea, y formado en un medio soberanamente rico, en un territorio quimérico, se diría: tal es la variedad de sus aspectos, su extensión, sus exuberancias, sus cielos inverosímiles, profundos y diáfanos, amplísimos; colocado así en este edén, aunque fuera un fruto de entrañas saturadas por civilizaciones ya mecanizadas, a fuerza de ser añosas, hubo de sentir tentaciones emancipatorias, como las sintió de inmediato, y tanto más cuanto que la raza dominante, la española, era cultora de idealismos caballerescos y aventureros.
Volcado el Viejo Mundo en estas tierras vírgenes, sus frutos participan de esa primicia, y así como plasmó al gaucho, -héroe con alma de niño,- plasmó al criollo urbano, similar, de alma fuerte y jovial, el uno y el otro igualmente apasionados de novedad, de libertad. Si el criollo del campo, por su propio género de vida, se hizo concentrado y melancólico, tiene asimismo cierta predisposición latente a la chanza, apenas se reune; el de la ciudad, que pudo aventar sus melancolías, si las tuvo, deriva sus pujos combativos hacia la discusión y la broma. El uno y el otro son también propensos a la quimera y la aventura. El culto al valor está implícito; y si en el campo llevó frecuentemente a la pelea, en la ciudad se manifiesta de cien maneras. El desprendimiento y el culto de la hospitalidad es proverbial en este pueblo, tanto en la ciudad como en el campo. Me parece no haber duda acerca de que, en lo esencial, son congéneres espirituales el criollo de la ciudad y el del campo; sólo se diferencian porque actúan en distinto medio.
Estos rasgos de la ideología y de la ética argentinas, han predominado a pesar de las avalanchas migratorias incorporadas a su economía, -avalanchas que parecían destinadas a arrasar todo lo lugareño,- y habrán de imperar y acentuarse más y más así que la fusión de las razas se afiance más en el ambiente americano. Podría definirse al criollismo, como un tributo de incorporación que exige el ambiente de América para ampararse a la ley natural de adaptación, tributo de tal modo espontáneo en su consecución, que lo vemos pagar sonriendo a las razas más exóticas, apenas tocan estas tierras.
No cabe duda, pues, que nuestro rumbo lo señala el criollo: es autonomía, vale decir, eficiencia y dignidad. Mareados por la ola de una novedad que se ofrece todos los días al vivir pendientes de lo que ocurre en el mundo, sin detenernos a examinar el mundo nuestro, hemos descuidado nuestra propia tradición, los rioplatinos, con ser tan hermosa, con ser nuestro abolengo, nuestro título, nuestro pergamino honroso. Hemos descuidado nuestra epopeya, con ser gloriosa como la que más. Vivimos pasmados por los heroísmos exóticos, magnificados por la leyenda piadosa y exultante, en tanto que omitimos el culto de nuestros próceres, que no han hecho menos, por cierto. Pero, así que se apoye este pueblo en su propia base tradicional, para tomar contacto con el alma de la raza, buscando en ese sendero su mayor grdo de eficiencia, en calidad más bien que en poder, ya se verán perfilar netamente la sensibilidad y la mentalidad argentinas, cada día más, y cada vez más fecundas y promisoras.
Los caracteres distintivos de la una y la otra, podrían resumirse así: sensorio, de una receptividad extraordinaria; mente, de gran plasticidad asimilativa. Todo esto promete una soberbia eclosión de aptitudes, desde que se apliquen esas cualidades resueltamente a la obra natural de adaptación, que supone autonomía, deliberación, selección. Estos pueblos sudamericanos están en condiciones excepcionalmente ventajosas, por cuanto pueden, con libertad, utilizar las conquistas y recursos alcanzados penosamente por las viejas civilizaciones, y producir, desde luego, con gran intensidad. Para esto es preciso conocer a fondo el medio ambiente, y para conocerlo es menester una observación directa y libre. Todo esto es crear. Conviene estimular el esfuerzo autónomo; hay que fustigar la pereza del no-esfuerzo, que es el dejarse ir a son de camalote por las corrientes cómodas de los exotismos, casi siempre inconsultos. Hay que afrontar la misión de América, con firmeza.