Una carta de Pedro Figari, en La Pluma, año 1, vol. III, noviembre de 1927
París, Setiembre de 1927,
Señor don Alberto Zum Felde
Mi estimado compatriota y amigo:
Lo que veo de sintomático y auspicioso entre los datos que me llegan — pocos, muy pocos (La Gaulois que tiene una sección de América Latina pocas veces trae nada del Uruguay, que no parece existir, salvo el instante en que un diplomático sale a flor de agua con su escafandra, y anuncia que va a Biarritz a bañarse y bailar), es el deseo de autonomía. Para mí, poco o nada cuenta lo que se haga en el trillo ajeno; es en el surco propio que debemos sembrar, para que sea nuestro y legítimo el fruto.
¡Ah, si yo pudiera plasmar, según lo veo y lo siento, el poema todo americano!…
Justamente, lo que no nos permitía ver claro era que mirábamos nuestra leyenda, nuestro ambiente, nuestras tradiciones y demás elementos nativos bajo el prisma egipcio, griego o romano. Recuerdo la resistencia que nos ofrecían los artistas nuestros cuando trataba de interesarlos en nuestros caminos. Se encogían de hombros, como si dijera una necedad. “Si aquí no hay paisaje; no hay asuntos; no hay carácter, nada hay”. Claro, no había lo que ellos buscaban, esto es, el carácter ajeno. ¡Y cómo había de haberlo!… Precisamente por eso es que tiene, y bien acentuado, su carácter propio, o sea, lo mismo que es preciso comprender hondamente, para idealizarlo y transportarlo al arte.
Si pecho a pecho hubieran de medirse un criollo con un romano, un griego o un egipcio, ¿habríamos de tomar boletos al extranjero? ¡De dónde! No sólo sería inverosímil, sino ridículo y expuesto a hacernos perder. Es criterio colonial ése: ni colonial siquiera, puesto que ya en esos días iniciales se vió la gran garra emancipadora, autónoma, en los que ae alistaron formando las legiones que ofrecen hoy al mundo una esperanza grande, que es preciso no defraudar.
Por de pronto, una raza, pueblo o persona que no toma contacto consigo mismo, está en berlina, y nada serio ni fecundo deja esperar. Es una forma automática que acciona con brazos agenos, y sin cabeza ni criterio, que es lo peor.
En dicha gestación, es cierto que hay graves dificultades. Se corre el riesgo de empequeñecerse en lo lugareño; o, al revés, de inflar ranas, para que parezcan bueyes; pero no es el riesgo ni la dificultad lo que ha de amedrentar a un pueblo que quiere presentarse como tal, dignamente, sino al contrario: es preciso reducir los obstáculos y edificar sobre sus cenizas, para que la obra sea fuerte, triunfal y meritoria.
Nosotros hemos comenzado por sonreír de nosotros mismos, de nuestra tradición, de nuestro ambiente, sobre los tiempos heroicos, magníficos, gloriosos, humeantes aun. Se comprende. Iban llegando italianos y españoles, hablando de las grandezas de sus tierras, y al comparar el Cabildo con el Escorial, y la Matriz con la catedral de Milán, había que sonreír piadosamente. Pero Franklin, cuando vino al Viejo Mundo en embajada, al notar que miraban su calzado y sus ropas con maliciosa ironía, dijo más o menos ésto: “Cierto: todavía nuestras industrias nacionales están así, pero, tranquilícense Utds., no se tardará en mi país en elaborar paños y cueros tan buenos como los de Uds. sino mejores”. Esto es dignidad y es patriotismo.
En este sentido es menester dirigir la mentalidad y la ética de los pueblos nuestros, si estamos anhelosos de eficiencia, en vez de conformarnos con darnos corte con lo que hacen los demás; ino le parece!
Desde aquí creo vislumbrar un profundo anhelo en este orden de ideas, en mi pueblo; y como son Uds. los promotores, quiero felicitarlos muy cordial e íntimamente.
Le desea mucha prosperidad, y le estrecha la mano afectuosamente su viejo amigo
PEDRO FIGARI