I. Pedro Figari en hipertexto

¡Esta es una revisión vieja del documento!


Folle Juanicó, Adolfo - "Pedro Figari", en Revista Nacional, año 8, nº 91, julio de 1945, pp. 11-16.


Pedro Figari 1)

Hace ya algunos años, en una de nuestras playas montevideanas, ví llegar, avanzando por la orilla del mar, la noble figura de un venerable anciano. Tocada su cabeza ya encanecida por áspera gorra, de también encanecida y cuidada barba, apoyado en su bastón, marchaba él como encorvado, no por el peso de los años, sino por el peso de sus glorias. Tras de sus lentes, brillaba una mirada con reflejos de juventud espiritual; y su voz reposada, que se hacía oír, apenas llegaba a una carpa donde le rodeaban hijos y nietos, daba a su personalidad un aire de dignidad, y de prestancia patriarcal. Era Don Pedro Figari.

Yo me acerqué muchas veces a aquella carpa, donde celebraba su tertulia veraniega y familiar, y llegué a convertirme en uno de los asiduos concurrentes a esas reuniones.

Allí oí de sus labios: juicios, narraciones, descripciones de maravillosos salones de arte, disquisiciones sobre valores plásticos mundiales y sobre evoluciones de escuelas. Le oí hablar de todo, de todo, menos de una cosa: de sí mismo, de sus triunfos, de su consagración. De todo, menos de Pedro Figari, el creador de una escuela y de una religión en la pintura, cuyo maestro y cuyo pontífice era él mismo.

Ese era el autor de esta maravillosa obra, toda movimiento, color y acción, que hoy nos rodea en este escenario excepcional. Era esa la figura de ese plástico genial de quien ya se ha apoderado América entera, como que en su territorio había nacido, —y no importa limitado porqué fronteras. Su obra es parte del pago, y toda una ofrenda del Uruguay, a la cultura de nuestro continente.

Difícilmente podrá darse en mi vida, una más íntima conjunción entre los deberes derivados de mi cargo, y los particulares impulsos de mi espíritu, como la que se registra en la tarde de hoy, en esta sala milagrosamente poblada de color y de ritmo, por una vieja mano de eterna juventud.

En mi carácter de Ministro de Instrucción Pública, tributo homenaje en nombre del Gobierno que me ha distinguido con su representación, a uno de los valores preclaros de la cultura nacional.

Y como ciudadano traigo a este acto de justicia, que ya tardaba demasiado en realizarse, la reverencia de quien ha recogido, en el esfuerzo genial de otro hombre, la emoción que depura y la belleza que exalta, para enriquecer la sensibilidad y el espíritu propios.

No menos de treinta veces durante 24 años se abrieron las puertas de los grandes salones de arte de París, de Nueva York, de Buenos Aires, de Londres, de Bruselas, de Sevilla, de La Plata y Rosario, y de Los Ángeles para exponer al público, ávido de emoción estética, los cuadros de este gran pintor uruguayo; y hoy, bajo el patrocinio del Estado, la Comisión Nacional de Bellas Artes inaugura esta muestra, —sin duda una de las más completas—-, buscando con ello tributar al artista desaparecido en la cumbre de su fama, el homenaje que la cultura nacional y los Poderes Públicos debían al hombre que, como artista eximio, honró a su país en los escenarios de la plástica mundial

Y aquí, como pasaron frente a sus telas cientos y miles de personas antes, seguirán desfilando ahora y después, por mucho tiempo, aquí o en otras partes, absortos los unos, curiosos los otros, pensativos éstos, indiferentes aquellos, fervorosos los de más allá; pero atraídos todos por el sortilegio de su pintura, fuente inagotable de inspiración, a la que se acercarán quienes tengan sed de arte y quieran saciarla debidamente.

Y se seguirá oyendo, como tantas veces se ha oído, la crítica ligera y superficial, borroneando opiniones, y la crítica sapiente y seria, administrando justicia. Pero, —cuántos serán los que, frente a este chisporroteo de colores que saltan de los enmarcados cartones que giran en remolinos de luz, —y por el camino sereno de las pupilas se adentran en el alma hechos ritmo y alegría, tedio o pesadumbre, risa o dolor; ¿cuántos serán, repito, los que traten de develar el misterio psicológico de este hombre que al término de su vida se vió invadido de una nueva juventud? Juventud del arte, que estalla sin balbuceos, sin la incertidumbre de los primeros pasos, y se hace presente así, de improviso, y da a vivir a su actor una existencia nueva, de emociones distintas, de distintos triunfos; y que logra el milagro de que en la misma persona física, se cumpla el ciclo prodigioso de dos obras igualmente fecundas, e igualmente brillantes.

Pintura la suya, que vale por sí misma, sin el andamiaje circunstancial o la consideración humana o literaria de sus figuras o paisajes protagonistas, —así como la jerarquía de una obra musical se define por la calidad del lenguaje sonoro que le es propio, y no por las fuentes que la inspiran, por más nobles y plausibles que ellas sean.

Aun considerando en todo su valor e importancia el antecedente impresionista de su modo expresivo; hay que reconocer en el idioma plástico de Figari la superior concreción original de una individualidad vigorosa que resuelve y ordena las grandes líneas y los sutiles matices de un estilo personal, diferenciado, e inconfundible. Él es, en el movimiento moderno, el que sincroniza con mayor sentido plástico nuestra realidad, pero esa realidad que no percibe el vulgo, si no la que por estar en él, —sólo quien se aleja de sus formas, capta la densidad de su aureola, y el aire de su vitalidad.

Su influencia, de este modo, es visible y su ejemplo dignificante.

En su pintura, lo que nunca cesará de asombrarnos inmediatamente despnés de la actitud admirativa frente a su obra, es que ese estilo haya nacido de súbito, pleno, rotundo y decisivo; sin que antes su creador haya tenido necesidad de quemar las etapas de una ardua búsqueda y una larga ascención depuradora.

Yo siento que cada uno de estos cuadros es una salida, una válvula de escape para el conflicto intelecto-emocional de aquel hombre que, nacido poco después del mediado de siglo, arrastró a través de casi 80 años un bagaje de recuerdos que impresionaron vivamente su infancia y su juventud, y que fueron, para su agitada vida de profesional, de político, de hombre de letras, de periodista, de jurisconsulto, de diplomático, como un remanso donde el espíritu lograba evadirse de la premura del presente, para adormecerse en el reparador descanso de la evocación del pasado.

El arte de Figari nos recordará siempre al prodigio natural de la flor que esplende de pronto con recóndito ritmo, sabia simetría y deslumbrante color.




1) Estas bellas páginas constituyen el discurso pronunciado en la ceremonia inaugural de la exposición organizada por la Comisión Nacional de Bellas Artes de las obras del iluslre pintor, Don Pedro Figari, por el Dr. Don Adolfo Folle Juanicó, en el carácter que entonces investía de Ministro de Instrucción Pública.