I. Pedro Figari en hipertexto

Figari le comenta al poeta Oliverio Girondo la impresión que le generó la lectura de un poemario suyo.

Carta de Figari a Oliverio Girondo, 27/12/1923 (publicada en Homenaje a Girondo. Organización, introducciones y notas de Jorge Schwartz. Corregidor, Buenos Aires, 1987, pp. 256-258).

Puede verse también el original manuscrito de esta carta.




CARTA DE FIGARI

27 de diciembre de 1923
Señor don Oliverio Girondo
Capital.

Mi querido amigo:

He vuelto a leer sus Veinte poemas para ser leídos en el tran­vía [pdf 2,15 MB], los que se amparan en una despectiva sentencia contra lo sublime.*

Ocurre con las cosas buenas como con las mujeres bonitas. Por más que uno prefiera a las morochas, así que asoma una rubia linda, nos cuadramos y le hacemos la venia.

Yo cojeo de otro pie, si puede decirse así, acerca de estas cosas. Y es que pertenezco a una generación por demás anticipada. He nacido cuando lo sublime parecía ser el único derrotero lirerario digno. Ud, en vez, le tiene horror. Cierto es que lo considera como prejuicio, y en cuanto a prejuicios, ya sea ése u otro, yo también me rebelo. Pero, hay una diferencia entre su mentalidad y la mía: para Ud. eso es tan sencillo como el disfrutar del aire fresco de la mañana, mientras que, para mí, habiendo nacido esclavo mental, he tenido que hacer muchas gimnasias y sacar muchas virutas de ese y de otros prejuicios que pesaban entonces como dogmas, para llegar a emanciparme, esto es, a su punto de partida. Y, quiérase o no, es distinta la condición del hombre libre y la del liberto. Queda en el fondo de éste una comezón nostálgica, la cual formula dudas y preguntas, hasta la propia, a veces, de si no habríamos hecho mejor en dejarnos estar donde estábamos.

No vaya a creer por esto, mi amigo Girondo, que reniego de mi libertad, de la escasa libertad mental conquistada, - ¡oh, no! - tan sólo quiero expresar que no es de sorprender que los añosos nos hallemos frente a la ideología moderna como “colados”, temiendo transgredir, temiendo pecar. Tampoco se halla en una fiesta con igual aplomo un joven que un viejo, salvo que éste haya perdido ya la noción de sí mismo.

Su libro es bueno, porque encara de un punto de vista que no es el ordinario, - por cierto -, lo que observa, y así como los viejos poetas y literatos por lo común olían pura rosa en la vida humana, Ud. más moderno, y, por lo propio, más libre y sincero, va descubriendo otros perlumes, también humanos, acres no obstante, que si no son tan imantados, tienen su poesía y su ternura, su lirismo diríase, y otros encantos.

La primera impresión que me produjo su libro fue de sorpresa, de desasosiego; y hasta me dije: “Quizá esta psicología no es genuinamente americana; ha sido engendrada en el Viejo Mundo”… Después, volviendo a leer, y a meditar un poco, encuentro que su punto de vista libertario y valiente es tan criollo como cualquiera. No sé, por lo tanto, si aquel choque es debido a que nosotros, los viejos, estamos más sometidos a la gazmoñería usual, a los convencionalismos corrientes - corrientes antaño, al fin, - y bien que notemos algo de crudo cuando observamos, lo hacemos tan en voz baja, que no nos oímos.

Le dije a Ud. que la primer noticia que tuve de su libro me la dió M. Edouard Charpentier, - distinguido literato, de la rueda de Romain Rolland -, y me habló tan elogiosamente, que sólo ahora, después de la segunda lectura, advierto una vez más, y más claro, que se requiere una especilización para bien comprender y bien disfrutar de lo novedoso bueno.

Por lo pronto, su libro es intenso, es hondo y fuerte. No tiene - no parece al menos - el propósito de fustigar; pero, fustiga y arde. Lo malo es que, precisamente, aquellos para quienes tan bien les vendría verse por dentro, no han tenido tiempo de interesarse en este pensamiento, y cuando tienen algun tiempo disponible, lo emplean en la lectura de novelas cursis, que, por lo común, son de una inmoralidad que roza el delito.

Y, todavía, se admite mejor que se haga o se piense una cosa mala a que se hable de ella toda vez que esto no se haga con un atildamiento risueño, disimulador.

Lo felicita cálidamente, y le estrecha la mano con afecto, su amigo:

                                                                   Pedro Figari

27, Dic. 1923.

* Referencia al epígrafe de Veinte poemas: “Ningún prejuicio más ridículo que el prejuicio de lo SUBLIME”.